Me pasé la tarde, aprovechando el Feriado, leyendo y releyendo viejos escritos. Es interesante lo que se puede encontrar cuando se abre el baúl de los recuerdos. Entre mitades de cuentos e intentos de poesías fui descubriendo puteadas a antiguas novias y cartas de amor a sub siguientes desencuentros amorosos. Además había un sinfín de escritos incalificables de índoles tan erráticas como criticas de cine, reflexiones filosóficas y hasta letras de canciones. Descubrí en esos viejos textos a la persona que solía ser, cuando más joven, una persona un poco menos intelectual a la hora de contar, o escribir en este caso, lo que sentía, obviamente una persona un poco menos leída, aunque en esto tampoco progresé mucho, una persona más pasional, más desenfrenada, mas verborrágica y catártica. Eso en comparación con la persona que veo actualmente en el espejo, 10 años después, ya con 30 años encima. Esta versión, la actual, se considera a sí mismo como un ente más calculador, selectivo, un poco huraño, mucho más reflexivo de lo que muestra y a quien. Meditar sobre esto, recordar un poco mi pasado y aquello sobre lo que solía escribir, me llevo a algunas conclusiones reveladoras:
1 Si bien el tiempo tiende a hacernos más sabios, también nos vuelve menos osados a la hora de jugarnos por la camiseta.
2 No podría volver a escribir cosas como las que estuve leyendo esta tarde, no porque no sea intelectualmente capaz de hacerlo, sino porque están cargadas de sentimientos y emociones que me asusta volver a experimentar.
3 Lo que escribía antes, tan verborrágico y catártico, y lo que escribo ahora, tan intelectualizado e irónico, ninguna de las formas, nunca, me sirvieron para levantarme una mina.
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