martes, 15 de diciembre de 2020

Me envidian

Me envidian, tengo la sensación. Cuando llego a la clase arrastrando como puedo mis 30 kilos de más, muchos de ellos (todos) de tejido adiposo que enferma mi hígado graso, envidian que con descaro salga a correr a la cancha aunque no sepa patear una pelota, aunque sea mas caminata que corrida. Envidian mi bigote y mi barba, y el hecho de que no tengan un color uniforme, definido, tomando matices que van desde el tierra sucia hasta el gris ceniza de incendio. Envidian mi pelo, que está en la delgada línea entre lacio y ondulado, siendo ninguno de estos y sin poder estilizarlo como a ninguno de estos. Tal vez envidien que tenga voz de pito, no hay chiste aquí, no es gracioso tener voz de pito. O envidian la elocuencia con la que hago silencio en medio del entrenamiento, cuando el entrenador me consulta por tercera vez sobre mi régimen de comidas, cuando todos en la clase me observan expectantes esperando mi respuesta.

– Eh, no me envidien, manga de uras.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Mini relato (o peque relato, ustedes me entienden)

Somos pequeños, soy pequeño. Lo descubro de forma inesperada al cruzarme a los mellizos, o gemelos, hermanos seguro, de dos metros diez, deportistas, brazo espalda pectorales piernas, con más trabajo que este texto. Cruzo a los gigantes en la parada del colectivo, decido irme en taxi, yo sí puedo pagarme el viaje.

Somos peques, con todo y 35 años, viajando en taxi, soñando tocar el bajo como Arnedo, en una banda como Arctic Monkeys, cantando como Sinatra, creando el futurePunkIndie, todo el camino hasta el trabajo. Despierto del mal sueño, la realidad se presenta como música de teclas y coros de impresoras, el día comienza.

Soy mini, mini mini, tan insignificante que estoy afuera de la métrica, no aparezco en el ranking de Forbes, tampoco en el de indigencia, un número en una planilla de una empresa que se dedica a los números y a las planillas, de una sociedad de números y planillas. El sueldo alcanza, los años pasan, el sueldo no alcanza, se hace menos, los años pasan, más trabajo, nos hacemos menos, más pequeños, peques, minis...

– Chueco, ¿qué haces?, te llamaba para invitarte, venite por casa a la tarde, hagamos un Fernet.

– ...

– Lo de siempre, bah nada, qué sé yo, nada que un buen pedo no cure, te espero ¿dale?

sábado, 12 de diciembre de 2020

Frustraciones de un termodinámico

Trabajo desde casa. Pandemia, cuarentena, home office, etc.

Trabajo desde casa con las ventajas que eso puede ofrecer a veces, como trabajar mientras hacés un recorrido por la discografía de esa banda que tenías pendiente desde hace años. Arranco desordenado, La era de la boludez del 93, salir a asustar, Ortega y Gases, el arriero y… entró un pedido, la sucursal esta sin sistema por un corte de electricidad, 40 minutos configurando perfiles y puedo seguir, podría escuchar el podcast Rayos catódicos.

Trabajo desde casa con la ventaja de poder leer algo, entre tarea y tarea, algunas páginas, un capitulo así al pasar, a Jean Valjean no le están llegando los correos, puede ser un problema del servidor, hago el reclamo a la casa central en París pero parece que están en medio de una revolución allá, retomo el podcast, capitulo 3: dame un limón.

Trabajo desde casa y puedo ver, poner de fondo y que suene, el último capítulo del mandaloriano, doblada al español, qué fotografía me estoy perdiendo cuando llama el usuario, también trabajando desde casa, con problemas para ingresar a los aplicativos, con un nene que suena igual a Baby Yoda en el teléfono, música de fondo mientras resuelvo el caso, ¿en qué disco iba?, no hay tiempo que suene el podcast, no pausé la serie y los sonidos se confunden, “si, hace un rato estuve charlando con Cosette por un problema parecido”, mail de Ortega y Gases urgente: otro corte de electricidad en la sucursal de Tatooine, armo el reclamo a la compañía eléctrica Rayos catódicos con copia a Jean Valjean, retomo al usuario que me habla en idioma jawa, no entiendo nada de lo que dice, Javert golpea a la puerta de la sucursal en Tatooine, en la bar espera ser atendida la overlorda pero no hay sistema, me apresuro a completar los pendientes pero entiendo que “no es poesía ver la carne transpirar” que estoy hasta las manos, que “entre morcilla o Suiza estoy” y comienzo a bailar desenfrenadamente por toda la sala.

Trabajo desde casa y finalmente la jornada laboral termina, puedo relajarme, puedo hacer lo que quiera. Estoy hecho mierda, me voy a dormir.

PD: el relato se iba a llamar “las frustraciones de un cabeza de termo que cree que puede trabajar y hacer otras cosas a la vez” pero lo empecé a escribir cuando estaba trabajando y me cagué olvidando.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Descubrí por qué no me invitan a los exorcismos

Sucede en todos los pueblos del interior de cualquier país, de cualquier parte del mundo, que el alma se enferma, el cuerpo es poseído por un ente sombrío, belcebú se hace presente.

Sucede también, en todos los pueblos del interior de cualquier país, de cualquier parte del mundo, que fuerzas opositoras se hacen presente para combatir aquel mal, creyentes fervorosos, personas con un don especial, guerreros de la luz.

Y sucede además, por obvias razones, que nunca me invitan a presenciar uno de esos exorcismos: es por mi escepticismo.

Me conocen, saben que si entro en la habitación del convaleciente y siento ese terrible frio voy a pedir que suban la temperatura del aire acondicionado, a pedir un caloventor o un brasero pero con la ventana abierta por que hace mal, saben que si el susodicho empieza a convulsionar agitando la cama con mucha violencia voy a llamar a la ambulancia para que le suministren un sedante, que si empieza a vomitar verde y a raudales voy a preguntar cuál fue el delivery donde compró la comida, y a borrarlo de mi lista de contactos, saben que si empieza a hablar en lenguas o haciendo sonidos extraños voy a googlear lo que dice para ver si encuentro la letra, de la canción en inglés, que está tratando de cantar, que si empieza a levitar o andar por las paredes como un cuadrúpedo voy a codear a quien tenga al lado, y citando a Moe, voy a decirle "¿qué trucazo, no?" y finalmente saben que si lo veo girar la cabeza 360 grados sobre el cuello voy a saludar a los familiares y a lamentar la perdida, de esa no se vuelve hermano.

Me conocen y por eso entiendo que no me inviten. Ahora solo me queda descubrir por qué no me invitan al quincho con pileta, de la casa en El Cadillal, un domingo cualquiera.