martes, 15 de diciembre de 2020

Me envidian

Me envidian, tengo la sensación. Cuando llego a la clase arrastrando como puedo mis 30 kilos de más, muchos de ellos (todos) de tejido adiposo que enferma mi hígado graso, envidian que con descaro salga a correr a la cancha aunque no sepa patear una pelota, aunque sea mas caminata que corrida. Envidian mi bigote y mi barba, y el hecho de que no tengan un color uniforme, definido, tomando matices que van desde el tierra sucia hasta el gris ceniza de incendio. Envidian mi pelo, que está en la delgada línea entre lacio y ondulado, siendo ninguno de estos y sin poder estilizarlo como a ninguno de estos. Tal vez envidien que tenga voz de pito, no hay chiste aquí, no es gracioso tener voz de pito. O envidian la elocuencia con la que hago silencio en medio del entrenamiento, cuando el entrenador me consulta por tercera vez sobre mi régimen de comidas, cuando todos en la clase me observan expectantes esperando mi respuesta.

– Eh, no me envidien, manga de uras.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Mini relato (o peque relato, ustedes me entienden)

Somos pequeños, soy pequeño. Lo descubro de forma inesperada al cruzarme a los mellizos, o gemelos, hermanos seguro, de dos metros diez, deportistas, brazo espalda pectorales piernas, con más trabajo que este texto. Cruzo a los gigantes en la parada del colectivo, decido irme en taxi, yo sí puedo pagarme el viaje.

Somos peques, con todo y 35 años, viajando en taxi, soñando tocar el bajo como Arnedo, en una banda como Arctic Monkeys, cantando como Sinatra, creando el futurePunkIndie, todo el camino hasta el trabajo. Despierto del mal sueño, la realidad se presenta como música de teclas y coros de impresoras, el día comienza.

Soy mini, mini mini, tan insignificante que estoy afuera de la métrica, no aparezco en el ranking de Forbes, tampoco en el de indigencia, un número en una planilla de una empresa que se dedica a los números y a las planillas, de una sociedad de números y planillas. El sueldo alcanza, los años pasan, el sueldo no alcanza, se hace menos, los años pasan, más trabajo, nos hacemos menos, más pequeños, peques, minis...

– Chueco, ¿qué haces?, te llamaba para invitarte, venite por casa a la tarde, hagamos un Fernet.

– ...

– Lo de siempre, bah nada, qué sé yo, nada que un buen pedo no cure, te espero ¿dale?

sábado, 12 de diciembre de 2020

Frustraciones de un termodinámico

Trabajo desde casa. Pandemia, cuarentena, home office, etc.

Trabajo desde casa con las ventajas que eso puede ofrecer a veces, como trabajar mientras hacés un recorrido por la discografía de esa banda que tenías pendiente desde hace años. Arranco desordenado, La era de la boludez del 93, salir a asustar, Ortega y Gases, el arriero y… entró un pedido, la sucursal esta sin sistema por un corte de electricidad, 40 minutos configurando perfiles y puedo seguir, podría escuchar el podcast Rayos catódicos.

Trabajo desde casa con la ventaja de poder leer algo, entre tarea y tarea, algunas páginas, un capitulo así al pasar, a Jean Valjean no le están llegando los correos, puede ser un problema del servidor, hago el reclamo a la casa central en París pero parece que están en medio de una revolución allá, retomo el podcast, capitulo 3: dame un limón.

Trabajo desde casa y puedo ver, poner de fondo y que suene, el último capítulo del mandaloriano, doblada al español, qué fotografía me estoy perdiendo cuando llama el usuario, también trabajando desde casa, con problemas para ingresar a los aplicativos, con un nene que suena igual a Baby Yoda en el teléfono, música de fondo mientras resuelvo el caso, ¿en qué disco iba?, no hay tiempo que suene el podcast, no pausé la serie y los sonidos se confunden, “si, hace un rato estuve charlando con Cosette por un problema parecido”, mail de Ortega y Gases urgente: otro corte de electricidad en la sucursal de Tatooine, armo el reclamo a la compañía eléctrica Rayos catódicos con copia a Jean Valjean, retomo al usuario que me habla en idioma jawa, no entiendo nada de lo que dice, Javert golpea a la puerta de la sucursal en Tatooine, en la bar espera ser atendida la overlorda pero no hay sistema, me apresuro a completar los pendientes pero entiendo que “no es poesía ver la carne transpirar” que estoy hasta las manos, que “entre morcilla o Suiza estoy” y comienzo a bailar desenfrenadamente por toda la sala.

Trabajo desde casa y finalmente la jornada laboral termina, puedo relajarme, puedo hacer lo que quiera. Estoy hecho mierda, me voy a dormir.

PD: el relato se iba a llamar “las frustraciones de un cabeza de termo que cree que puede trabajar y hacer otras cosas a la vez” pero lo empecé a escribir cuando estaba trabajando y me cagué olvidando.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Descubrí por qué no me invitan a los exorcismos

Sucede en todos los pueblos del interior de cualquier país, de cualquier parte del mundo, que el alma se enferma, el cuerpo es poseído por un ente sombrío, belcebú se hace presente.

Sucede también, en todos los pueblos del interior de cualquier país, de cualquier parte del mundo, que fuerzas opositoras se hacen presente para combatir aquel mal, creyentes fervorosos, personas con un don especial, guerreros de la luz.

Y sucede además, por obvias razones, que nunca me invitan a presenciar uno de esos exorcismos: es por mi escepticismo.

Me conocen, saben que si entro en la habitación del convaleciente y siento ese terrible frio voy a pedir que suban la temperatura del aire acondicionado, a pedir un caloventor o un brasero pero con la ventana abierta por que hace mal, saben que si el susodicho empieza a convulsionar agitando la cama con mucha violencia voy a llamar a la ambulancia para que le suministren un sedante, que si empieza a vomitar verde y a raudales voy a preguntar cuál fue el delivery donde compró la comida, y a borrarlo de mi lista de contactos, saben que si empieza a hablar en lenguas o haciendo sonidos extraños voy a googlear lo que dice para ver si encuentro la letra, de la canción en inglés, que está tratando de cantar, que si empieza a levitar o andar por las paredes como un cuadrúpedo voy a codear a quien tenga al lado, y citando a Moe, voy a decirle "¿qué trucazo, no?" y finalmente saben que si lo veo girar la cabeza 360 grados sobre el cuello voy a saludar a los familiares y a lamentar la perdida, de esa no se vuelve hermano.

Me conocen y por eso entiendo que no me inviten. Ahora solo me queda descubrir por qué no me invitan al quincho con pileta, de la casa en El Cadillal, un domingo cualquiera.

domingo, 29 de noviembre de 2020

Trabajar desde casa vs rutas argentinas

Viajando a ver un equipo, en una sucursal a 40 minutos desde casa, admiro el paisaje que me rodea. Mucho campo verde, muchas casas pequeñas y humildes, mucho cielo abierto. Veo pibes jugando en la vereda, veo no tan pibes tomando una cerveza en la galería de alguna casa, veo familias con dirección al río o algún parque. Encuentro tan lejano ese caos diario que me muestra las imágenes, sentado frente a mi computadora, esperando que termine de renderizarse el vídeo, decidiendo entre terminar de ver la temporada o empezar con la saga de películas del universo cinematográfico, que termino el texto así, sin remate, ¿qué esperaban?, es domingo y tuve que salir a trabajar LPM.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Universos paralelos

De viaje de nuevo por la ruta, por cuestiones laborales, pienso en accidentarme. Nada demasiado trágico, una frenada fuera de control hacia la banquina, el auto tumbado después de algunos giros, un golpe en la frente y algo de sangre por aquí o por allá. Sobrevivo al accidente, el conductor del vehículo también, y aquí empieza lo interesante. Pienso en la variedad de situaciones que pueden darse después del hecho, me pienso rescatando al chofer inconsciente del auto medio en llamas, me pienso pidiendo ayuda a los autos que pasar presurosos por la ruta, me veo llamando por celular, tirado en medio del verde de un descampado, pidiendo ayuda, me veo sentado en una ambulancia con un médico que me revisa, reflexionando sobre el amor, la vida y la muerte, me veo con cara de estar reflexionando sobre el amor, la vida y la muerte.

Considero estas ideas como a reflejos de universos paralelos, donde distintitos migueles están pasando por la exacta situación en la que pienso. La infinidad de posibilidades que plantea la existencia de un multiverso permite la verosimilitud de esta teoría. Existirán entonces infinitos migueles que pueden o no sobrevivir al accidente, que le desean lo mejor al prójimo o que se regocijan en su sufrimiento, que estarán viajando en este momento o estarán en casa, o en otro lugar, así hasta el infinito.

Me es inevitable pensar que todos esos migueles, de todos esos universos trágicos y accidentales, podrían estar pensando en mí ahora, envidiosos de que seguí mi viaje y llegué seguro a casa.

Ja, que se caguen esos migueles, por forros.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Edad de inimputabilidad

Existe un tema que no está siendo tratado en ninguna sesión, de ningún cuerpo legislativo, de ninguna cámara de nuestro país, y que es en suma muy importante para el desarrollo de mi vida futura. Esto es la edad de inimputabilidad.

En la actualidad la edad máxima de imputabilidad de una persona es su propia muerte. No quiere decir que una persona fallecida no pueda ser acusada de un crimen, solo no hay un castigo que pueda aplicarse en caso de ser encontrada culpable. Aunque existen castigos, relacionados con su legado, su reputación o su lugar en la historia pero que no aplican a la persona física extinta. De todas maneras de eso no trata el presente texto sino de la edad máxima.

Debería tratarse con urgencia una ley que baje esta edad máxima de imputabilidad a una edad entre los 75 y los 90 años cuanto mucho. Que nuestros abuelos, que nuestros padres dentro de poco, y que nosotros mismos antes de que nos demos cuenta, volvamos a tener la edad legal que teníamos a los 15 o 17 años, antes de la mayoría de edad. Con esto no quiero dar vía libre a los adultos mayores a cometer crímenes, no en la medida que podrían estar pensando, solo pasar a alertar, a retar o enseñar cuando los viejos decidan no estar de acuerdo con las imposiciones del sistema.

Delitos menores pueden ser obviados, como robar una golosina en el súper del chino o de alguna multinacional a la que le sobran golosinas. Podríamos aplacar la vara de la moral cuando la abuela decida tener un amorío con alguna vecina del barrio, aunque este eternamente enamorada del abuelo. No perseguir al nono que se escapa de casa para salir a bailar o jugar a la pelota, que se hace la yuta de las clases de natación para adultos mayores o yoga para la tercera edad, y se junta con los otros no pibes y no pibas a destapar un porrón y rasgar unos rocanroles con la guitarra en la esquina de la plaza del barrio.

Llegados esos tiempos y aprobada esa ley, que vuelva a saltar la terraza de tu casa, pase por el lavadero y me cuele en tu pieza, que chapemos y escuchemos bajito discos de Sui Generis, que tú hija la mayor me sorprenda sentado en el suelo, apoyado a los pies de tu cama, convidándote un cigarrillo aunque la doctora dijo que lo dejes, que me llame por mi nombre completo en voz alta y me corra de la casa a razón de “estás no son horas”, que le mandé un mensaje enojada a mi hijo el menor, el que dejó la carrera de sistemas y ahora trabaja desde casa y me cuida. Que al otro día pases a hacer las compras por mi vereda y yo te guiñe el ojo cómplice, y que tú hija te rete y te diga “hay mamá ya sos grande” y que de verdad lo seamos, seamos grandes, grandes para poder volver a hacer todas estas cosas.

sobre El departamento de mi vecino de al lado

Renovando las entradas sobre… solo para comentar que este cuento lo escribí inspirado en una anécdota que escuché en el podcast Rayos Catódicos (si llegaron a este lugar de internet estoy seguro de que pueden buscar Rayos Catódicos en youtube). No recuerdo el número de capitulo donde cuentan la anécdota pero puedo decir que fue en uno de 2020. Les recomiendo el podcast y les recomiendo el cuento, nada mas.

viernes, 20 de noviembre de 2020

El departamento de mi vecino de al lado

Me había predispuesto a pasar la noche de este sábado de encierro maratoneando una serie argentina de los 90: El Garante. Una de esas producciones inocentes y visionarias que, para la época, mostraron un contenido diferente a lo convencional. Tenía los 8 capítulos descargados en la mejor calidad que pude conseguir, que era pésima, y con un sonido que por momentos apenas se escuchaba y por otros saturaba las bocinas del Smart tv. La trama en los primeros episodios era la de un thriller psicológico. El protagonista pasaba por situaciones extrañas que rozaban lo irreal, provocadas por el antagonista, quien le reclamaba una deuda que no era suya. Debí estar en mitad del tercer capítulo cuando empezó a molestarme el volumen de la tele del vecino.

Ya era de madrugada, en el edificio vivía gente que trabajaba, incluso los domingos, otros que querían descansar de una semana monótona y rutinaria, otros que, como yo, trataban de pasar el rato disfrutando de una película o una serie, e incluso de una charla con algún ser amado. Cualquiera sea la situación, el volumen de la tele del vecino estaba demasiado fuerte. Comencé mi cruzada combatiendo fuego con fuego. Subí el volumen a mi tele un poco, solo un poco, para que el vecino entienda lo molesto que eso podía ser, para que recapacite. Esto no lo afectaría solo a él. Los otros vecinos del edificio, esa misma noche o al otro día, vendrían a mí departamento con quejas respecto al volumen de mi propia tele y la hora que era. Esto no me preocupaba, yo podía cargar con esa cruz si eso significaba cambiar la actitud de mi vecino de al lado.

La respuesta se hizo esperar un tiempo pero finalmente llegó. El vecino de al lado subió el volumen de su tele un poco, solo un poco, pero lo suficiente para que pueda escucharlo por encima del volumen de la mía. Ambos sonidos se combinaban en un eco espectral, creía escuchar voces del pasado en lo que sea que estaba viendo el vecino, el departamento se iba inundando de todo ese ruido. Medité la situación por un momento. No iba a caer en la bajeza de responder a este ataque, tenía que demostrar carácter, resolver la situación de forma pacífica. Podía apagar la tele, continuar viendo la serie mañana y acostarme a dormir, podía pasar los capítulos al celular o a la notebook, conectar los auriculares y verla desde ahí, podía dejar todo como estaba, esperar la reacción de los demás vecinos del edificio y escuchar victorioso como lo puteaban a él. Subí el volumen de mi tele un poco más.

Ambos hicimos la misma ofensiva durante un buen rato. Él subía el volumen de su tele y yo el del mío, él volvía a subirlo y yo también, así hasta que el contador de volumen estuvo al máximo y supongo que el de él también. Quedamos en un punto muerto en que las únicas víctimas eran los demás vecinos del edificio. No había un vencedor aún pero tampoco me había quedado sin estrategias. Después de pensarlo un rato decidí dejarme de sutilezas y atacar con la artillería pesada. A estas alturas no había demasiada diferencia entre lo fuerte que estaban ambas teles y los golpes que empecé a propinarle a la pared lindante con el departamento del vecino. Al comienzo fueron 3 golpes secos, contundentes, tras lo que me quedé esperando una respuesta, sin saber cuál podía ser. El vecino podría entender el mensaje, mermar el volumen de su tele, yo haría lo mismo, y alcanzaríamos esa necesaria paz, podría devolver los golpes a la pared como contraataque y esperar las represalias, podría no hacer absolutamente nada dejándome en total incertidumbre, en el mismo estado de las cosas que antes de golpear la pared. Esto último fue lo que pasó. Golpee la pared dos veces más, o tres, en este punto ya estaba fuera de mis casillas. Fuí al armario donde guardaba las herramientas, que había comprado usadas en línea, y que seguramente no iba a usar nunca, saqué el martillo que venía incluido en el juego y empecé a martillar la pared del vecino. Mucho más fuerte que antes, muchas más veces, con enojo, con incertidumbre, con miedo. Tras este ataque de furia volví a meditar el asunto. La respuesta del vecino seguía siendo nula, la situación había llegado a un punto irrisorio. Decidí hacer lo que debería haber hecho desde un comienzo, tener un enfrentamiento cara a cara, sin sutilezas, ir al departamento del vecino de al lado para pedirle que baje el volumen de su tele.

Los pocos metros por el pasillo, hasta la puerta del vecino, me hicieron notar que afuera no se escuchaba nada, ni el ruido de la tele del vecino ni el de la mía, tal vez tampoco los golpes que le di a su pared. Los departamentos en estos edificios están basados en la repetición, la misma forma, los mismos ambientes, la misma estructura. Para nuestro caso el departamento de mi vecino y el mío estaban enfrentados, repitiendo todo, pero al revés, como en un espejo. Por esto sabía, cuando vi la puerta entreabierta, hacia donde mirar para ver su living. Todo era muy similar a mi propio living, aunque estaba oscuro y se distinguía muy poco. Finalmente apareció. Mi vecino estaba tirado detrás de una mesa ratona, tenía la cabeza y toda la cara ensangrentada, había un martillo cerca de él, estaba enredado en cables, alrededor de sus brazos y su cuello, me llamaba con su mano, trataba de elaborar palabras pero solo salían gemidos de su boca, bajaba la cabeza para arrastrarse un poco y volvía a levantarla buscándome con la mirada. Parecía la escena de un crimen, parecía que le habían pegado con el martillo y habían tratado de amarrarlo o de ahorcarlo con los cables, la puerta estaba entreabierta, podría ser un robo, la tele estaba apagada, podría ser otro vecino enojado por el volumen. Volví corriendo a mi departamento.

Entré apresurado. Busqué en la penumbra el martillo, mi martillo, para defenderme de quien hubiera agredido a mi vecino. Pensé en llamar a la policía. No podía encontrar el celular por ningún lado. La tele seguía sonando fuerte. De repente empecé a escuchar los golpes en la pared, apenas perceptibles por la tele. Venían de al lado, de la pared de mi vecino. Seguramente su agresor seguía ahí, terminando el trabajo, y ahora golpeaba la pared para advertirme que yo era el siguiente. Apoyé mi cabeza sobre la medianera para tratar de escuchar algo de lo que pasaba del otro lado. Por un rato no se escuchó nada hasta que en un momento los golpes se hicieron más fuertes, muchas más veces y con enojo, con furia. Tal vez era otro vecino del edificio molesto por el volumen en que teníamos la tele mi vecino de al lado y yo. Fuí hacia el Smart tv para apagarlo, no encontraba el control remoto en la penumbra de mi departamento, empecé a desconectar todos los cables que tenía, todo se oscureció un poco más. Volví a buscar el celular por el departamento a oscuras. Tropecé con las patas del mueble del televisor, caí en dirección a la mesa ratona y me golpeé la cabeza. Estaba ensangrentado y confundido.

Alguien apareció por la puerta que dejé estúpidamente entreabierta. Me arrastré por el living buscando que me viera, quería advertirle sobre el asesino de mi vecino de al lado, que tenga cuidado, que podía estar en el pasillo ahora. Trataba de articular palabras, pero solo gesticulaba gemidos. Me arrastré un poco, para que me vea, pero cuando traté de hablarle de nuevo salió corriendo, se fue, tal vez espantado por lo horrendo de la escena, tal vez reconociendo el peligro inminente que lo acechaba, poniéndose a salvo, tal vez entendiendo que ya era demasiado tarde para mí. Me quedé ahí tirado, con el departamento en silencio, escuchando a lo lejos la tele de algún otro vecino a través de la pared, mirando mi propia tele apagada y esperando que el sicario venga a terminar con el trabajo que había empezado, en el departamento de mi vecino de al lado.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

De cómo desaprovechamos los usos de la palabra etcétera

Vengo notando en estos últimos 35 años que llevo hablando en español, es decir, desde mi más temprana edad, cuando apenas entendía sonidos que generaban sensaciones de curiosidad, alegría o tristeza, hasta esta época en que se me da por escribir cualquier cosa que se me ocurre, es decir, desde que nací hasta hoy, vengo notando que desaprovechamos los usos de la palabra etcétera.

El comodín por excelencia de la lengua española lleva mucho tiempo relegado a denotar la falta de verborragia sobre un tema, que da para mucho más de lo que somos capaces de decir al respecto, a recortar una cuenta que por larga o repetitiva deja de ser necesario seguir enumerando, a menospreciar los detalles sobre un algo específico, por simple pereza mental, por falta de ganas.

Todos son usos apropiados donde esta expresión consigue el objetivo deseado sin mayores esfuerzos y con un porcentaje muy alto de entendimiento del mensaje de parte del receptor. Pero eso no significa que no estemos desaprovechando el potencial de esta excelente palabra. Supongamos un ejemplo concreto:

Salís al súper, al chino, al turco, al del viejo tano que ya es más argentino que la empanada, al que sea que tengas en el barrio, salís a hacer las compras de la mañana. Te encontrás con la típica señora del barrio, esa que te estas imaginando, que te vio nacer, que te vio correr medio en bolas por la vereda, que recuerda hasta que edad usaste pañales o si te dio paperas. Te encontrás con la típica señora del barrio y te hace la típica pregunta de barrio.

– ¿Mijo como esta?, ¿Cómo anda la mamá?

– Hola… y bien, andábamos medio preocupados porque etcétera.

– Ah bueno, cualquier cosa ya sabe, me avisa.

El intercambio se termina y vos continuas con tus compras de todos los días. Ustedes podrían decir que no hubo ningún intercambio, que no le dijimos nada a la señora. Esa es la magia de esta hermosa expresión.

Si mi vieja anda preocupada porque no le depositan la jubilación, y hace seis meses que no le actualizan los montos, y encima cobra la mínima por haber trabajado en casa de familia toda su vida sin ninguna cobertura social y sin aportes. Sobre eso no hay mucho que pueda hacer la típica señora de barrio. Y si además anda sintiendo unos dolores raros en la cintura, y la obra social no le cubre los estudios, y resulta que para autorizar los estudios que si le cubre tenés que hacer fila en el subsidio desde las 5 de la mañana para que te atiendan al medio día y “¿por qué no me la pueden autorizar a mi si aquí tengo el documento?”, “disculpe señor, pero tiene que venir ella”, “75 años tiene, no puede venir ella”, “le voy a pedir que no me levante la voz por favor señor”. No, sobre eso tampoco puede hacer mucho la típica señora del barrio. Y encima yo, que con mi sueldo la veníamos remando hasta poder conseguir lo medicamentos y “por la presente, la dirección le comunica que ha tomado la decisión de extinguir su contrato de trabajo quedando desvinculado de la empresa a efectos de finales del corriente mes”. Tampoco, sobre eso tampoco puede hacer nada la típica señora del barrio.

Y como no puede hacer nada y a mí de nada me sirve contarle todo eso, es que etcétera, y ustedes no se preocupen por que el asunto ese del dolor los vamos a solucionar con etcétera, y por mi parte ando teniendo algunas entrevistas de trabajo en etcétera, además quería aprovechar que leyeron hasta aquí para contarles de etcétera.

domingo, 15 de noviembre de 2020

Debe ser mi aliento

Hay personas que les hablan a los animales. No es que estos les contesten o realicen algo más que alguna orden sencilla para la que fueron entrenados. Pero estas personas les hablan. Les cuentan su día a día, les hacen preguntas, les dedican palabras de gran afecto.

Hay otras personas que les hablan a las plantas. Que pretenden transmitirles una energía misteriosa para que crezcan más sanas y fuertes, más verdes. Les sonríen, les cantan, les dicen piropos. Las riegan y las podan, las dejan bonitas.

Están esas otras personas que le hablan a la tele. Aquí la interacción parece más recíproca. Contestan a las preguntas que el guion pone en la boca de sus personajes, se refieren de forma sarcástica a los menos queridos, se enojan, sufren y ríen, muchas veces con mayor credibilidad que los propios intérpretes.

Conozco muchas personas como estas y la mayoría, o todas, ya no hablan conmigo. Cruzan de vereda cuando me ven pasar, cambian la cara si me encuentran de frente, me ignoran. Es como lo estas suponiendo, el remate está en el título.

PD: aceptaré que no quieras volver a hablarme después de leer esto.

sábado, 14 de noviembre de 2020

Capital humano

Tengo la capacidad, que es una cualidad o una habilidad, de encontrar lo distinto en lo mismo y viceversa. Entiéndase en ambas direcciones. Esto quiere decir que, si veo una serie o película, o leo un libro de cuentos o novela, o escucho una canción o un álbum completo, y estos son, de cine mudo o en blanco y negro, de autores muertos y olvidados por la academia, en discos de vinilo edición coleccionista, que además, repiten una estructura episódica, no parecen aportar nada nuevo a la lengua, se sientes desprolijos y amateur, voy a buscar y a encontrar en ellos, las propuestas adelantadas a la época, en lo artístico y filosófico, los momentos icónicos, las referencias que podrían no serlo, la carga emocional de sus actores, autores o intérpretes, un abanico de especulaciones personales de la obra que pretendo contarte si vienes, si te animas a venir, si te animas a quedarte.

Y viceversa. Si veo, leo o escucho obras más actuales, más contemporáneas, puedo buscar y encontrar en ellas el patrón que las moldea, las bases de su estructura, los significados que pretenden esconder, las decisiones de dirección, de edición y producción, el porqué de ser o estar, y de no estar, que son otro montón de ideas, otro montón de palabras que puedo ofrecerte si te quedas, si te animas a quedarte, si no te vas.

También tengo el capital humano, y esto es importante, porque me ha valido para conseguir puestos de trabajo y oportunidades con mujeres, que no se asemejan en casi nada, pero sí, tengo el capital humano, que es una cualidad o una habilidad, de expresar de forma simple y sencilla lo que pienso, como lo pienso, como pienso que es. Puedo estructurar la idea en un discurso bien fundamentado y sintético, entre escenas sin diálogos, expresarla furtivamente al final de cada párrafo o detener apenas la reproducción, en el cambio justo de nota, para acotar el comentario preciso enriqueciendo en su totalidad la experiencia, pero solo si vienes, si te quedas, si no te vas.

Además tengo la capacidad de hacer silencio, por supuesto que la tengo, mientras todo sucede, estando en tu compañía, lo que sea que dure la obra. Pero pasa que me aburro y al toque me duermo.