Que confundidos están los que piensan que el sarcasmo es un arma de ataque, que penetra en lo más íntimo de tu ser para causar estragos en tus entrañas sensibles. Daños profundos, lastimaduras ocultas que no pueden ser tapadas por curitas de 50 centavos. Para nada, no. El sarcasmo, mi sarcasmo, no es más que una forma de defensa, una estrategia bien calculada de repliegue ajedreciano. Es una coraza o escudo que detiene tan incesante devenir constante de formas de entender, la realidad, más simples. Formas que podrían, en algún punto, si es que acaso no me defiendo de alguna manera, hacerme disfrutar del mundo y de sus muchas entropías, de lo maravilloso de la existencia bíblica, casi hasta el grado de hacerme sentir feliz, en algún momento.
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