sábado, 12 de marzo de 2016

Lo que me llevé de las clases de teatro

Hablando con un actor, con un artista de la actuación, comprendí una verdad que me parecería absoluta si pudiera creer en uno o varios infinitos. Me dijo, y cito, “para interpretar un terrorista con barba, te tenés que dejar la barba, tenés que usar la barba, tenés que sentir la barba y ser la barba”. Suena lógico. De todas maneras me preocupaba más el hecho de que, para interpretar un terrorista lo importante sea saber usar y sentir la barba. Supongo que la violencia, el terror y la intimidación, son parte del cotidiano de la vida, no solo la de un terrorista, nada demasiado difícil de interpretar entonces, solo aprender a sentir la barba. Cuando pienso en aplicar este absoluto a lo que yo hago, quedo en un lugar un poco complicado. Supongo que quienes escribieron heroicas historias, de hombres sublimes, en alguna manera fueron hombres heroicos y sublimes, o al menos creyeron serlo, a lo Quijote. Que me quedaría a mi entonces. Escribir historias sobre un hombre mediocre, con un trabajo mediocre, que vive en una ciudad mediocre y se siente mediocre. Pobre del lector, cuan mediocre podría ser esa historia.

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