Envidia. El corazón lo admite. Mis ojos bailan al ver, se repite la lectura una y otra vez. Son las horas que pasan y se van. Después de tanto tiempo ¿qué nos costaba? Si sos la mujer perfecta, la perfecta desilusión. Si soy un mendigo que te reza, nada podría salir mal. Nada sucedió más que la envidia. El corazón la bombea y entre las venas la sangre es verde. El cuerpo se hincha de rabia, la cabeza explota en un mar y mancha las cuatro paredes. El mundo se vuelve ciego y estás más solo que antes. Más solo que antes de conocerte, envidia.
Envidia de la barbarie que lo hace peligroso, envidia de la facilidad de su lengua de serpiente, envidia de su tranquilidad desmedida, de su autoestima de estatua. Envidia de no tener que hacer nada y ganarlo todo. Envidia de ocupar el trono, ser el rey vehemente del gran castillo, de acostarse en tu alfombra de mujer fatal. Lo veo y envidio todo cuanto no soy, todo cuanto no tengo, toda tú, envidia.
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