Te voy a convertir en mi obsesión de este domingo. Como en otras oportunidades, otros domingos, fue un libro de Cortázar, fueron 10 capítulos seguidos de una serie emocionante, fue una salida a un lugar desconocido. Hoy vos. Puedo pasarme el día entero mirando tus fotos, las del muro, las del viaje a Jujuy, esas que te sacaste frente al espejo luciendo ese vestido que te queda tan bien. Puedo leer tus viejos mensajes, también, volver a encontrarte en esas palabras que compartimos alguna vez, recordar la emoción de conocer tus gustos por el cine, por las salidas con amigos, y por los hombres. Puedo pasarme el día pensando, sólo pensando, en los muchos lugares adornados por lunares que hay en tu cuerpo, en las arruguitas de tu rostro cuando ríes, en el olor de tu cuello al amanecer, en el sabor único de ese último beso, el de la despedida. Y es que ya de sobra te hablé de las vicisitudes de los lunes, de cómo los martes empiezan a apurarme con las tareas incumplidas, y los miércoles el hastío a la rutina se hace sentir más fuerte, por estar justo en el medio, de cómo los jueves no veo la hora de terminar el día y los viernes me cuesta empezarlo como si fuese un lunes potenciado. Los descansos son para los sábados. Las melancolías, las crisis existenciales, las obsesiones de un día, esas son para los domingos. Y te voy a convertir en mi obsesión de este domingo. Como en otras oportunidades, otros domingos, fueron algún cómic épico, un juego de computadora que me inmovilizó durante horas, un atardecer nublado escribiendo cosas como estas. Hoy vos. Para el próximo domingo no he decidido aún, quizá finalmente quieras acompañarme en esa merienda que nos debemos, quizá disfrute de verte de nuevo, y me ayudes a decidir con que obsesionarme ese domingo.
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