domingo, 24 de enero de 2016

Calma

Como hacía mucho no me pasaba, de un tiempo a esta parte, me encontré hace poco en completa calma. Supongo, sin creer en tonterías del destino, que estaba predicho que pasaría. El profeta no fue otro sino yo mismo. Supuse o predije que, al lograr cierto grado de seguridad, cierto nivel de madurez emocional, y fundamentalmente cierto porcentaje de alcohol en la sangre, iba a poder disfrutar de un instante así. El error en la predicción, porque ningún Nostradamus es exacto, puede encontrarse en el lugar. Lo había ideado en la cima de alguna colina o formación montañosa, con cielo despejado, con luna y estrellas, tenía también en mente la inmensidad del océano, la sobrecogedora ausencia de horizonte, solo mar, fácilmente habría imaginado un llano abierto con mucho pasto verde alrededor, bajo un árbol con pava y mate, el más simple de todos. Pero llego de la mano de lo más básico, la juntada. Tres amigos que una noche no tienen nada que hacer, ponen música en un viejo Aiwa y se sientan en la vereda, con la luz apagada, con un canal mugriento al lado de una canchita de fútbol como paisaje, con una luna apenas distinguible detrás de los faroles de luz, viendo pasar por el horizonte los autos de rezagados que están terminando su noche también, y tropiezan con el viejo bache destruye suspensiones, con charlas de filosofía barata, psicología de bolsillo e historia subjetiva, justo en el momento en que soy consciente de que ya no entiendo nada de lo que se dice, en que no distingo nada de lo que veo, en que estoy a punto de apagarme, es que encuentro la completa calma. Todas las preguntas serán respondidas al otro día, o tal vez no, qué importa, me conformaría con la respuesta a la pregunta más importante, ¿cómo mierda volví a casa?

viernes, 22 de enero de 2016

Incuantificable

Voy a natación 3 veces por semana, también voy al gimnasio 3 veces por semana, hago clases de teatro, 2 veces por semana, 3 horas por vez, las horas de natación y del gimnasio no sé si pueda cuantificarlas, no son siempre las mismas. Hago clases de música, aprendo a tocar el bajo, una (1) clases por semana, varias horas según el humor del profesor. No siempre hago todas esas clases. Practico en casa con mi bajo también, 40 minutos por día o al menos así miento a veces. Trabajo 7 horas, 5 días a la semana, menos los feriados, estas sí son fijas, cuantificables. Leo, o me gustaría, una (1) vez por día. Escribo mucho menos que eso. A la diversión le dedico los fines de semana, una buena cantidad de horas que voy a resumir en 6 por cada día. El resto son tiempos ya muertos relacionados con momentos como el desayuno, merienda y cena, y las actividades que se realizan entre estos tres, no voy a detallar estos tiempos, para no hacer tedioso el recuento, pero los voy a contabilizar en la suma final como 47. De esa manera, entre natación, gimnasio, música, practica de bajo, trabajo, lectura, escritura, diversión y rutina, tengo 3+3+2+3+1+40+7+5+1-1+6+47=118. Es un numero bastante pequeño, ¿acaso habré acabado con la sumatoria de momentos que podía pedirle a la vida?, ¿con tan solo 118?, con tan pocas cosas hechas, tanto por hacer. Ahora que la muerte es infranqueable, que la bala está a momentos de penetrar el cráneo, no me queda más que tratar de contabilizar este último momento, pero es incuantificable. Si acaso, en éste justo momento, todo lo que existe dejará de existir para mí, no podría entender esto sino como un gran 0, un enorme y fatídico final, 0. Y, una vez que esté en ese otro lado, en el lugar después, ¿podre cuantificar lo que encuentre ahí?, ¿sumar y dividir los momentos para estar seguro de que estoy aprovechando a full esa otra vida? Al final de cuentas logro entender que el pasaje se resume a la división de la sumatoria de los momentos vividos, con ese último momento fatal. El resultado de la operación es bastante revelador.

lunes, 18 de enero de 2016

Castigado

Obligarme a escribir es como obligarte a que me escuches, es un acto despótico, es egoísta y ruin. Es como obligarte a que te quedes, que lo superes y aguantes un poco más, es como obligarme a que te deje, que me resigne a perderte y te olvide. Es sufrirnos. Obligarme a escribirte es como obligarte a que me entiendas, es un acto despótico, es egoísta y ruin. Y debería ser castigado, si castigado, de la manera más cruenta, por obligarme a escribir, por obligarme a escribirte debería ser castigado, yo, sentenciado al sufrimiento, a escribirte, a no detenerme ahora.

domingo, 17 de enero de 2016

Del cuadernito verde

Y una trabita para el pelo que no es de ella, que encontré en una cama que no compartí con ella, en un tiempo olvidado hace mucho tiempo por ella, me recuerda que está presente y que, tal vez, nunca lo estuvo.

sábado, 16 de enero de 2016

Sin moverte

Y todo se fue al carajo, como bombas cayendo por todas partes, una lluvia de bombas explotando a tu alrededor, destruyendo la casa, palabras explotando, resonantes, agudas y chillonas palabras que convierten en escombros el sueño feliz, la casa se venía abajo en el ataque y estas ahí, sin moverte, escuchando el alegato detonante, el grito explosivo de reproches y acusaciones, de estruendos y vigas que se rompen, del cielo raso quebrándose en dos, en tres, en las mil partes del desorden que es tu vida ahora, y cayéndose como tajante sentencia de muerte, de abandono y olvido, manto blanco de polvillo, tumba blanca que te atrapa cuando se va, que te detiene entre sus escombros de espacios justos, vacíos y sucios, respirando el polvillo blanco que te asfixia, sin moverte, mientras se aleja, a cada segundo y con cada sentencia castiga tu espalda con escombros de una casa en ruinas, bombardeada con la furia de diez ejércitos como años, de soledad en compañía, de costumbres que te consumen en cenizas de corazón, de altruismo aberrante y esperanza estúpida, palabras disfrazadas de bombas que explotan en tu oído inmóvil, y el eco retumba en toda la casa vacía y la quiebra, y quiebra el silencio, y la desarma, peldaño a peldaño cae sobre tu espalda, la casa pesa como la soledad cuando se aleja, las ruinas en que se convierte la casa, con cada dedo señalando al medio de tu frente sudada, pesan, pesan tanto que respirar cuesta, entender, cuesta más creer que resistir, y saberse inmóvil ahí cuesta más que cargar con todo el peso de una casa bombardeada por palabras, como bombas lloviendo, como gotas de agua explotando, rencores muchos explotando por toda la casa y diez años después, inmóvil ahí mientras se aleja, dejándote la casa y la ruina, y todo, y todo se fue al carajo.

jueves, 14 de enero de 2016

Tres posibles infinitos

Infinito número 537

La teoría de moebius sobre una cinta plana que unida de cierta manera nos hace recorrer su superficie en forma infinita. Es decir, un infinito de repeticiones, un infinito cíclico de repeticiones, en donde, si el movimiento es constante, jamás nos detendremos, pero sobre el cual nunca avanzaremos realmente, siempre estaremos en constante regreso a un punto de partida el cual sobrepasamos una y otra vez. Sería un posible infinito. Cuantas veces no habremos sentido ese infinito en el quehacer diario y rutinario al que, irremediablemente, nos lleva la vida actual, monótonamente abrumadora, pero que son infinitos que elegimos día a día, son infinitos en los cuales nos encontramos cómodos, volviendo a lo mismo, haciendo siempre lo mismo, estables, simples, en los cuales transitamos con seguridad, siempre.

Infinito número 538

El espacio como infinito, con el movimiento constante que nos empuja en cualquier dirección, es un interminable descubrir de cosas nuevas (planetas nuevos, estrellas nuevas, galaxias nuevas) en formas inimaginables pero que no se repiten, que nos plantean escenarios diferentes cada vez. Suena al ideal que cualquiera querría vivir. La aventura de lo desconocido como el ideal último de cualquier soñador bohemio, eso que nos llama, eso que leemos o vemos en la variedad de las formas artísticas y con lo que soñamos, cuantas veces soñamos con ser aquel viajero intrépido, y aunque sabemos que no sucederá, con todo aquello que perdemos de conocer y descubrir, no renegamos demasiado al respecto.

Infinito número 539

El infinito soñado, el que podría representar dentro nuestro una forma de trascendencia, el infinito ideal, el pacifico, el del descanso eterno. Un infinito que, percibido desde la visión, sea el equivalente a estar rodeado, en cualquiera de los puntos cardinales, por una densa niebla que no permita ver nada, ni a nosotros mismos parados en esa niebla. Si hay movimiento que no lo notemos, porque nada cambie en nuestra visión, porque nada se repite más que la densa niebla uniforme, cubriéndolo todo, y entonces, sin ninguna de las certezas que nos hacen reconocernos, simplemente transitemos por ese estado de calma y ausencia. Sería el momento mismo de la muerte, como pasando por un trance del que no podremos volver nunca, vamos perdiendo la noción de todo y de todas las formas de infinito hasta que el blanco de la niebla termina por ser total. Puede ser la búsqueda de este infinito la razón de los muchos buenos y malos viajes a los que nos préstamos a transitar cada vez consumimos distintas sustancias, será que pretendemos adelantar el tiempo del viaje infinito.

Infinito número 540

viernes, 8 de enero de 2016

Neurosis de verano

Verano, natación, profesor, de espaldas con patada de crol. Ya en el agua miraba las líneas verticales del techo que me indicaban si avanzaba o no, no eran de mucho fiar a menos que encontrase algo atípico en la forma, una mancha o una grieta que me indicase si avanzo al acercarme y alejarme a ella, al menos me servían para saber si estaba orientado correctamente. Es extraña esa sensación, ya en el agua, de ausencia de todo espacio tangible. Así sentirán los astronautas al flotar en materia oscura, creo. Ausencia. Que en otra circunstancia sería muy aterradora. Ausencia de un piso firme en cual erguirte y correr de ser necesario, ausencia de cosas alcanzables con tus manos para defenderte, ausencia de velocidad en tus movimientos, de control en tu cuerpo, en la situación. Primera ida, primera vuelta. En la siguiente los cristales de las gafas comenzaban a empañarse. Lógicamente los ojos, como todo nuestro cuerpo si es expuesto, reflejan la luz. La luz es energía y la energía es calor. Entonces el calor que irradian mis ojos en el espacio solapado que dejan mis gafas calientan los cristales, que al contacto con el espacio más frío del agua de la pileta hacen que se empañen. Nadando así ahora veo menos el techo, veo menos las líneas verticales y pierdo la noción de dónde estoy en la pileta, y si, con todo y pataleo, estoy en medio flotando inmóvil, o cerca del final, si estoy en la pileta o en un río tendido de espaldas y a la deriva, yendo directo a una cascada y a punto de caer por ella en un hoyo negro para terminar flotando en el espacio, con mi tanque de oxígeno medio vacío y ninguna señal de vida tecnológica, o de cualquier tipo, en ninguna parte, porque esta empañado el visor de mi traje y en mi radio comunicador nadie responde cuando... y la realidad ingresa por mis orificios nasales en forma de agua sucia de pileta apestada de cloro, intomable y por supuesto irrespirable. Ahogo, profesor, vergüenza, clases de spinning.