Sucede en todos los pueblos del interior de cualquier país, de cualquier parte del mundo, que el alma se enferma, el cuerpo es poseído por un ente sombrío, belcebú se hace presente.
Sucede también, en todos los pueblos del interior de cualquier país, de cualquier parte del mundo, que fuerzas opositoras se hacen presente para combatir aquel mal, creyentes fervorosos, personas con un don especial, guerreros de la luz.
Y sucede además, por obvias razones, que nunca me invitan a presenciar uno de esos exorcismos: es por mi escepticismo.
Me conocen, saben que si entro en la habitación del convaleciente y siento ese terrible frio voy a pedir que suban la temperatura del aire acondicionado, a pedir un caloventor o un brasero pero con la ventana abierta por que hace mal, saben que si el susodicho empieza a convulsionar agitando la cama con mucha violencia voy a llamar a la ambulancia para que le suministren un sedante, que si empieza a vomitar verde y a raudales voy a preguntar cuál fue el delivery donde compró la comida, y a borrarlo de mi lista de contactos, saben que si empieza a hablar en lenguas o haciendo sonidos extraños voy a googlear lo que dice para ver si encuentro la letra, de la canción en inglés, que está tratando de cantar, que si empieza a levitar o andar por las paredes como un cuadrúpedo voy a codear a quien tenga al lado, y citando a Moe, voy a decirle "¿qué trucazo, no?" y finalmente saben que si lo veo girar la cabeza 360 grados sobre el cuello voy a saludar a los familiares y a lamentar la perdida, de esa no se vuelve hermano.
Me conocen y por eso entiendo que no me inviten. Ahora solo me queda descubrir por qué no me invitan al quincho con pileta, de la casa en El Cadillal, un domingo cualquiera.
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