viernes, 20 de noviembre de 2020

El departamento de mi vecino de al lado

Me había predispuesto a pasar la noche de este sábado de encierro maratoneando una serie argentina de los 90: El Garante. Una de esas producciones inocentes y visionarias que, para la época, mostraron un contenido diferente a lo convencional. Tenía los 8 capítulos descargados en la mejor calidad que pude conseguir, que era pésima, y con un sonido que por momentos apenas se escuchaba y por otros saturaba las bocinas del Smart tv. La trama en los primeros episodios era la de un thriller psicológico. El protagonista pasaba por situaciones extrañas que rozaban lo irreal, provocadas por el antagonista, quien le reclamaba una deuda que no era suya. Debí estar en mitad del tercer capítulo cuando empezó a molestarme el volumen de la tele del vecino.

Ya era de madrugada, en el edificio vivía gente que trabajaba, incluso los domingos, otros que querían descansar de una semana monótona y rutinaria, otros que, como yo, trataban de pasar el rato disfrutando de una película o una serie, e incluso de una charla con algún ser amado. Cualquiera sea la situación, el volumen de la tele del vecino estaba demasiado fuerte. Comencé mi cruzada combatiendo fuego con fuego. Subí el volumen a mi tele un poco, solo un poco, para que el vecino entienda lo molesto que eso podía ser, para que recapacite. Esto no lo afectaría solo a él. Los otros vecinos del edificio, esa misma noche o al otro día, vendrían a mí departamento con quejas respecto al volumen de mi propia tele y la hora que era. Esto no me preocupaba, yo podía cargar con esa cruz si eso significaba cambiar la actitud de mi vecino de al lado.

La respuesta se hizo esperar un tiempo pero finalmente llegó. El vecino de al lado subió el volumen de su tele un poco, solo un poco, pero lo suficiente para que pueda escucharlo por encima del volumen de la mía. Ambos sonidos se combinaban en un eco espectral, creía escuchar voces del pasado en lo que sea que estaba viendo el vecino, el departamento se iba inundando de todo ese ruido. Medité la situación por un momento. No iba a caer en la bajeza de responder a este ataque, tenía que demostrar carácter, resolver la situación de forma pacífica. Podía apagar la tele, continuar viendo la serie mañana y acostarme a dormir, podía pasar los capítulos al celular o a la notebook, conectar los auriculares y verla desde ahí, podía dejar todo como estaba, esperar la reacción de los demás vecinos del edificio y escuchar victorioso como lo puteaban a él. Subí el volumen de mi tele un poco más.

Ambos hicimos la misma ofensiva durante un buen rato. Él subía el volumen de su tele y yo el del mío, él volvía a subirlo y yo también, así hasta que el contador de volumen estuvo al máximo y supongo que el de él también. Quedamos en un punto muerto en que las únicas víctimas eran los demás vecinos del edificio. No había un vencedor aún pero tampoco me había quedado sin estrategias. Después de pensarlo un rato decidí dejarme de sutilezas y atacar con la artillería pesada. A estas alturas no había demasiada diferencia entre lo fuerte que estaban ambas teles y los golpes que empecé a propinarle a la pared lindante con el departamento del vecino. Al comienzo fueron 3 golpes secos, contundentes, tras lo que me quedé esperando una respuesta, sin saber cuál podía ser. El vecino podría entender el mensaje, mermar el volumen de su tele, yo haría lo mismo, y alcanzaríamos esa necesaria paz, podría devolver los golpes a la pared como contraataque y esperar las represalias, podría no hacer absolutamente nada dejándome en total incertidumbre, en el mismo estado de las cosas que antes de golpear la pared. Esto último fue lo que pasó. Golpee la pared dos veces más, o tres, en este punto ya estaba fuera de mis casillas. Fuí al armario donde guardaba las herramientas, que había comprado usadas en línea, y que seguramente no iba a usar nunca, saqué el martillo que venía incluido en el juego y empecé a martillar la pared del vecino. Mucho más fuerte que antes, muchas más veces, con enojo, con incertidumbre, con miedo. Tras este ataque de furia volví a meditar el asunto. La respuesta del vecino seguía siendo nula, la situación había llegado a un punto irrisorio. Decidí hacer lo que debería haber hecho desde un comienzo, tener un enfrentamiento cara a cara, sin sutilezas, ir al departamento del vecino de al lado para pedirle que baje el volumen de su tele.

Los pocos metros por el pasillo, hasta la puerta del vecino, me hicieron notar que afuera no se escuchaba nada, ni el ruido de la tele del vecino ni el de la mía, tal vez tampoco los golpes que le di a su pared. Los departamentos en estos edificios están basados en la repetición, la misma forma, los mismos ambientes, la misma estructura. Para nuestro caso el departamento de mi vecino y el mío estaban enfrentados, repitiendo todo, pero al revés, como en un espejo. Por esto sabía, cuando vi la puerta entreabierta, hacia donde mirar para ver su living. Todo era muy similar a mi propio living, aunque estaba oscuro y se distinguía muy poco. Finalmente apareció. Mi vecino estaba tirado detrás de una mesa ratona, tenía la cabeza y toda la cara ensangrentada, había un martillo cerca de él, estaba enredado en cables, alrededor de sus brazos y su cuello, me llamaba con su mano, trataba de elaborar palabras pero solo salían gemidos de su boca, bajaba la cabeza para arrastrarse un poco y volvía a levantarla buscándome con la mirada. Parecía la escena de un crimen, parecía que le habían pegado con el martillo y habían tratado de amarrarlo o de ahorcarlo con los cables, la puerta estaba entreabierta, podría ser un robo, la tele estaba apagada, podría ser otro vecino enojado por el volumen. Volví corriendo a mi departamento.

Entré apresurado. Busqué en la penumbra el martillo, mi martillo, para defenderme de quien hubiera agredido a mi vecino. Pensé en llamar a la policía. No podía encontrar el celular por ningún lado. La tele seguía sonando fuerte. De repente empecé a escuchar los golpes en la pared, apenas perceptibles por la tele. Venían de al lado, de la pared de mi vecino. Seguramente su agresor seguía ahí, terminando el trabajo, y ahora golpeaba la pared para advertirme que yo era el siguiente. Apoyé mi cabeza sobre la medianera para tratar de escuchar algo de lo que pasaba del otro lado. Por un rato no se escuchó nada hasta que en un momento los golpes se hicieron más fuertes, muchas más veces y con enojo, con furia. Tal vez era otro vecino del edificio molesto por el volumen en que teníamos la tele mi vecino de al lado y yo. Fuí hacia el Smart tv para apagarlo, no encontraba el control remoto en la penumbra de mi departamento, empecé a desconectar todos los cables que tenía, todo se oscureció un poco más. Volví a buscar el celular por el departamento a oscuras. Tropecé con las patas del mueble del televisor, caí en dirección a la mesa ratona y me golpeé la cabeza. Estaba ensangrentado y confundido.

Alguien apareció por la puerta que dejé estúpidamente entreabierta. Me arrastré por el living buscando que me viera, quería advertirle sobre el asesino de mi vecino de al lado, que tenga cuidado, que podía estar en el pasillo ahora. Trataba de articular palabras, pero solo gesticulaba gemidos. Me arrastré un poco, para que me vea, pero cuando traté de hablarle de nuevo salió corriendo, se fue, tal vez espantado por lo horrendo de la escena, tal vez reconociendo el peligro inminente que lo acechaba, poniéndose a salvo, tal vez entendiendo que ya era demasiado tarde para mí. Me quedé ahí tirado, con el departamento en silencio, escuchando a lo lejos la tele de algún otro vecino a través de la pared, mirando mi propia tele apagada y esperando que el sicario venga a terminar con el trabajo que había empezado, en el departamento de mi vecino de al lado.

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