domingo, 22 de noviembre de 2020

Edad de inimputabilidad

Existe un tema que no está siendo tratado en ninguna sesión, de ningún cuerpo legislativo, de ninguna cámara de nuestro país, y que es en suma muy importante para el desarrollo de mi vida futura. Esto es la edad de inimputabilidad.

En la actualidad la edad máxima de imputabilidad de una persona es su propia muerte. No quiere decir que una persona fallecida no pueda ser acusada de un crimen, solo no hay un castigo que pueda aplicarse en caso de ser encontrada culpable. Aunque existen castigos, relacionados con su legado, su reputación o su lugar en la historia pero que no aplican a la persona física extinta. De todas maneras de eso no trata el presente texto sino de la edad máxima.

Debería tratarse con urgencia una ley que baje esta edad máxima de imputabilidad a una edad entre los 75 y los 90 años cuanto mucho. Que nuestros abuelos, que nuestros padres dentro de poco, y que nosotros mismos antes de que nos demos cuenta, volvamos a tener la edad legal que teníamos a los 15 o 17 años, antes de la mayoría de edad. Con esto no quiero dar vía libre a los adultos mayores a cometer crímenes, no en la medida que podrían estar pensando, solo pasar a alertar, a retar o enseñar cuando los viejos decidan no estar de acuerdo con las imposiciones del sistema.

Delitos menores pueden ser obviados, como robar una golosina en el súper del chino o de alguna multinacional a la que le sobran golosinas. Podríamos aplacar la vara de la moral cuando la abuela decida tener un amorío con alguna vecina del barrio, aunque este eternamente enamorada del abuelo. No perseguir al nono que se escapa de casa para salir a bailar o jugar a la pelota, que se hace la yuta de las clases de natación para adultos mayores o yoga para la tercera edad, y se junta con los otros no pibes y no pibas a destapar un porrón y rasgar unos rocanroles con la guitarra en la esquina de la plaza del barrio.

Llegados esos tiempos y aprobada esa ley, que vuelva a saltar la terraza de tu casa, pase por el lavadero y me cuele en tu pieza, que chapemos y escuchemos bajito discos de Sui Generis, que tú hija la mayor me sorprenda sentado en el suelo, apoyado a los pies de tu cama, convidándote un cigarrillo aunque la doctora dijo que lo dejes, que me llame por mi nombre completo en voz alta y me corra de la casa a razón de “estás no son horas”, que le mandé un mensaje enojada a mi hijo el menor, el que dejó la carrera de sistemas y ahora trabaja desde casa y me cuida. Que al otro día pases a hacer las compras por mi vereda y yo te guiñe el ojo cómplice, y que tú hija te rete y te diga “hay mamá ya sos grande” y que de verdad lo seamos, seamos grandes, grandes para poder volver a hacer todas estas cosas.

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