De viaje de nuevo por la ruta, por cuestiones laborales, pienso en accidentarme. Nada demasiado trágico, una frenada fuera de control hacia la banquina, el auto tumbado después de algunos giros, un golpe en la frente y algo de sangre por aquí o por allá. Sobrevivo al accidente, el conductor del vehículo también, y aquí empieza lo interesante. Pienso en la variedad de situaciones que pueden darse después del hecho, me pienso rescatando al chofer inconsciente del auto medio en llamas, me pienso pidiendo ayuda a los autos que pasar presurosos por la ruta, me veo llamando por celular, tirado en medio del verde de un descampado, pidiendo ayuda, me veo sentado en una ambulancia con un médico que me revisa, reflexionando sobre el amor, la vida y la muerte, me veo con cara de estar reflexionando sobre el amor, la vida y la muerte.
Considero estas ideas como a reflejos de universos paralelos, donde distintitos migueles están pasando por la exacta situación en la que pienso. La infinidad de posibilidades que plantea la existencia de un multiverso permite la verosimilitud de esta teoría. Existirán entonces infinitos migueles que pueden o no sobrevivir al accidente, que le desean lo mejor al prójimo o que se regocijan en su sufrimiento, que estarán viajando en este momento o estarán en casa, o en otro lugar, así hasta el infinito.
Me es inevitable pensar que todos esos migueles, de todos esos universos trágicos y accidentales, podrían estar pensando en mí ahora, envidiosos de que seguí mi viaje y llegué seguro a casa.
Ja, que se caguen esos migueles, por forros.
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