Él descubre en ese atardecer cálido de otoño, de hojas amarillas al viento y fugaces rayos de sol, de rica brisa húmeda del este, aquel personaje de un futuro distante. Es un viajero de estaciones como décadas, y años y años de trayecto. Él descubre cómo será quién es él, y se entiende visto como el reflejo de un pasado distante. Ambos miran al frente ahora, sentados en el banco a la sombra del árbol del parque del tiempo. Él pregunta entonces – ¿eres? – a lo que él mismo responde – quien alguna vez serás – todas las dudas se aclaran al instante.
Él es un niño ahora, que no ha recorrido los pasajes del tiempo, que sólo conoce el momento en el presente, en este lugar, su lugar ideal. Él está ahí parado a la espera de un anhelo que hace a todo perfecto, que genera en su mente un recuerdo futuro que arraigará siempre, y respira, y siente en el aire que ha llegado el momento, en que cada línea que parte y se curva cruce en su encuentro. De sencilla y delicada inocencia una accidental proeza ocurre como antes, como siempre ocurrirá, y él que es un niño ahora tropieza y golpea la tierra del destino, perdiendo la chance de impresionar, y extravía el regalo de una oportunidad al menos robarle a la suerte, era una flor, no más.
Ella, que antes ignoraba su presencia, le ayuda a levantarse e incita – ¿estás bien?, ¿te conozco de algún lugar? La charla dura lo que dura una vida larga. Ellos regresarán al mismo lugar cuantas veces el tiempo se los permita, él regresará muchas veces más.
Él viejo ve la escena repetida y repetidas veces sonríe, mientras él joven dice – es un tonto – y sonríe cuando escucha de su compañero – soy un tonto – entonces él joven replica – es verdad, seré un tonto – y ambos ríen. Él viejo dice – ya es la hora de irme – y él joven le pregunta – ¿volveré a verte? – él viejo responde al instante – volverás a verlos mucho, y algún día volverás a verte a vos también – entonces se levanta y empieza a caminar, lento al comienzo, como esperando algo más. Él joven pregunta entonces – ¿qué edad tienes? – él viejo sólo ríe sin contestar y esta vez sí se marcha para siempre.
Él niño y ella conversan, saben poco del futuro o del pasado, de cómo se mezclan con su presente, de la proximidad de uno con otro, ínfima, como la distancia que hay hasta los bancos bajo la sombra del árbol del parque del tiempo.
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