viernes, 4 de marzo de 2011

La chica de las palomas

Para Gab

Paloma se sienta en el banco de la plaza del centro con su parvada, esas fieles seguidoras cuan perros jóvenes y hambrientos, que le valieron su apodo y su historia.

Es una joven rara se dice por los alrededores, y ella se lo repite a los pichones que se acercan, que se atreven a robarle una conversación o una sonrisa.

– Soy una joven rara, sólo las palomas conocen mi historia, pero ellas no hablan con nadie.

Paloma puede encontrarse en los lugares más comunes, ella es parte del paisaje de la plaza y el centro, y de las plazas aledañas a su casa. Varios bancos ya son de su propiedad, donados por vecinos que respetan su habitual ocupación. Puede saberse cuando está llegando a su escuela de maestros por el irregular movimiento de las aves de la zona, que zanjan el camino y controlan que no haya ningún peligro.

Los que la conocemos la saludamos y ella también lo hace, se dice que recuerda mejor tu voz que tu rostro, creo que reconoce los buenos corazones por que los escucha latir en cada palabra que le dicen. Es perceptiva e intuitiva, es amable con quienes respetan sus parloteos y sus silencios, y a sus palomas.

Cuentan de un bufón que cruzó una vez su camino, cuentan así una historia inverosímil entre en bufón y la paloma, que el propio bufón cuenta, en las estaciones de ómnibus de todo el país, siempre viajando, siempre huyendo.

Se dice del bufón lo que se sabe al conocerlo, se dice que es un hombre común, un hombre sin chiste. El típico tonto burlista que se mofa de inocentes tranquilos que con nadie se entrometen, el típico perfecto creído, que ve defectos en personas simples pero peculiares, personas que escapan al entendimiento de su mente diminuta. Era el perfecto idiota metiéndose con la mujer equivocada.

– Si te metes con una paloma te metes con todas – decía Paloma el día de la confrontación.

Y es que el bufón, en uno de sus actos transgresores, había osado tocar el nervio más sensible de la paloma. Ya antes la había inferido con burlas y humillaciones, sus payasadas causaron gracia a algunos en algún momento, y hasta la misma Paloma, autocrítica y humilde, confirmaba algunos comportamientos de ella que el bufón exageraba, pero él nunca supo cuando el show debía terminar. Pasó de ser gracioso a tedioso, pasó a ser grosero. Paloma dejó de ser la víctima preferida de sus burlas para ser su única víctima y, aunque ella intentaba esquivarlo, el bufón estaba en todas partes. ¿Qué pasa cuando acorralas a una paloma y esta no puede escapar volando?, ¿te ataca?

El bufón realizó su última pecaminosa broma una tarde de mayo, de un mayo que empezaba a teñir de amarillo sus plazas. La paloma y su parvada revoloteaban cerca de la estatua que estaba en medio de la plaza del centro. El bufón, en su estado de constante delirio, apareció de improvisto desde atrás de uno de los árboles, donde había estado oculto, apareció y llamó la atención de Paloma con un alarido chillón, como un grito de guerra indio, que era una clara señal de problemas. Mostró a Paloma sus hoyas y su onda, la bufonada del día era decirle a la Paloma que haría una sopa con una de ellas. Levantó una piedra del suelo, que no era más que un pedazo de baldosa maltrecho, apuntó azaroso y disparó.

La vida había sido generosa con Paloma durante su corta estadía. Le dio dos padres amorosos, humildes pero de buena condición económica, dos profesionales, que le enseñaron el valor del respeto y la grandeza de la paciencia. Además tuvo la oportunidad de aprender de buenos maestros los hábitos de vivir en una sociedad, de considerar al prójimo. Conoció y se hizo de grandes amistades que durarían una eternidad. Pero siempre fue distinta, siempre existió en ella ese algo particular, que la mantenía apartada del populoso resto de los chicos de su edad y de otras edades también, siempre hubo ese algo singular y único que sólo entendían sus amigas más íntimas, las palomas. Bufones como aquel fueron y vinieron en la vida de Paloma, sin mayor importancia que el recuerdo de un mal trago, ella siempre fue paciente, siempre mantuvo la calma en esas situaciones tan difíciles, pero aquel día la paloma se liberó.

La piedra infame que el bufón disparó golpea a una paloma, y Paloma lo siente. La pequeña ave mal herida en un ala se arrastra insufrible, la mujer ave mal herida en su corazón camina furibunda hacia el bufón.

Gran conmoción hubo entre la muchedumbre del centro. Sabían que algo pasaba cuando el cielo se tiñó de grises y de negros, cuando comenzaron a llover plumas desde lo alto. Sabían o intuían que Paloma estaba relacionada con el fenómeno y corrieron a buscarla. Pero a quien encontraron no era a la paloma que siempre veían en la plaza con las otras palomas. La mujer ave, furibunda, dejaba ver su lado más violento y oscuro, que esa tarde aterró a todos.

– No importa adonde vayas, no importa cuánto corras, siempre podré encontrarte, porque yo, como mis palomas, estoy en todas partes – dijo la paloma, y el bufón, ahora ya sin una sonrisa en sus mejillas, sin ávido de burla, huyó de la estatua en medio de la plaza del centro. Huyó de la parvada de palomas que lo perseguía desde lo alto. Corrió hasta la esquina y vio a Paloma, corrió en dirección contraria varias cuadras pero volvió a encontrarla, cambio de rumbo de nuevo, corrió más rápido. A donde fuera un cúmulo de palomas lo esperaba, y a donde fuera creía ver a Paloma entre ellas. Escapó del barrio y del pueblo. Se dice que escapó hacia otra provincia, que nunca más se detuvo, que cuenta esta historia en las paradas de colectivos de todo el país. Nadie volvería a ver al bufón molestar a la paloma, y nadie volvería a molestarla.

En el barrio le dicen la chica de las palomas, también se dice que es una chica rara, pero nunca se dice en voz alta.

* del libro Ernesto Pérez Pascualino y sus cuentos de ciencia-ficción popular

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