Hablaba y me reía con una amiga sobre los vagabundos en la ciudad de Tucumán. Hablo de los auténticos hombres sin techo, que duermen en los bancos de las plazas y se tapan con papel de gaceta. Esos que hacen de una esquina con balcón su refugio de la lluvia, que atesoran su botella de vino como a su propia vida. No se mal entienda, no quiero burlarme de esta gente y su andar por la vida (ya sea por elección o por suerte). Pensaba en cuan mal acostumbrado nos tiene el cine yanqui comercial, ese de los vagabundos con sobretodo marrón que se paran alrededor de un tacho de 500 litros con fuego adentro, que tienen una armónica y están siempre dispuestos a improvisar un blues. Hacen parecer a nuestros vagabundos como... no se... unos vagos. No hay que confundir lo que vemos en la tele con la realidad, y mucho menos que esa imagen sea la normalidad para nosotros. De todas maneras, y como analogía, me paso una vez de andar por la calle caminando y cruzar un vagabundo que entusiasmado cantaba un tango de Gardel, eso sí, no había tacho de 500 litros.
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