Siempre me pregunte como será ese día, cuando la fuerza o la astucia, o ese algo especial y único, no alcancen. La idea no me perturba, tampoco me detiene, solo me hace más fuerte, más valiente. Nunca me rendiré sin luchar.
La sangre fría y seca que yace no oscurece mi vista, mis ojos lagrimean de sudor pero no de pena, mi espíritu manchado de muertes resiste una o cien más, muchas heridas. La vida es más larga para mí de lo que algunos piensan y a veces no tan grata. Sé que no perder el aliento es mi mejor arma y la aprovecho cuanto puedo.
Parado frente a él anticipo cada movimiento. Lo conozco, como a mí, como al resultado ideal de un misterioso proyecto. Es la máquina hecha carne y sentidos, es la máquina en funcionamiento. Y arremete, furibundo golpea preciso, ruge y acierta, exhala con violencia y saliva. Titubeo, creo, él lo cree y se confía, confunde mis pasos hacia atrás con mi derrota. Lo conozco sin saber su nombre, no me importa saberlo, se interpone en mi camino y eso basta para mí. Entiendo sus motivos, como él los míos, los dos somos sirvientes de la muerte y nos tocó hacer su trabajo sucio. Solo conozco mi historia como verdadera, aunque no me creo un justiciero, soy solo un profesional a buen precio que se informa antes de aceptar el trabajo.
Mis manos están sucias, pero no tanto como las de mi objetivo. Un digno mandatario, un servidor público. Pero se dice mucho menos de él de lo que se conoce. Un bachiller, doble apellido y adinerado, que solo llegó hasta segundo año de la facultad y luego la política. Dos veces intendente y diputado, esposa y dos hijos, muchos amigos en cargos altos, jueces y comisarios. Pero la política no enriquece de esa manera, no a ese ritmo. Algo había al escarbar más profundo, algo más que sus fincas y sus campos, más que sus inversiones y fábricas. Él era un tratante. Un negociante de vidas sin rastro, pero no olvidadas, un saqueador de tumbas vacías que cercena personas sin cortarlas y las vende, la peor escoria de una sociedad sin escrúpulos.
Ahora lo tengo frente a mí. Ninguno de sus guardias, ninguno, nadie pudo detenerme. Corrí con suerte otra vez, esa maldita suerte. Él no la tuvo. Cree que no anticipo su mano al costado y el arma, que no sé de la alarma bajo el escritorio. Es tan estúpidamente predecible. Sus últimas frases heroicas son súplicas, cree poder pagar el precio de verlo sangrar, esta corre por mi cuenta.
Adiós señor muerte, al menos uno como tu dejará de robar vidas inocentes. No soy un héroe, sólo soy un empleado pero a veces, solo a veces, disfruto al hacer bien mi trabajo.
EXCELENTE. Muy asertivo. Todo el matiz de palabras e imágenes que lo dicen todo sin dejarlo tan explícito. Con cuanta cruda delicadez dejas plasmada una acción. TE FELICITO, ESPERO EL PRÓXIMO.
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