martes, 30 de marzo de 2021

Realidad disminuida

Esa mañana despertó como cualquier otra, planchó la camisa, tomo la ducha, hirvió el agua para el café. La soledad del departamento a las 6 de la mañana no era tal en los tiempos que corrían. Pantallas lo acompañaban en cada ambiente y nunca dejaba de ver o escuchar a alguien. Algunas chucherías chinas fáciles de conectar le permitían ver el mismo video en la tele del cuarto, en la notebook de la cocina o en el celular estando en el baño, mientras se enjuagaba el shampoo. “Las 9 teorías conspirativas con más posibilidad de que sean verdad por El Ojo Oculto”, “hoy en el podcast: libros que desquiciaron a sus escritores”, “maratón de online de Los Simpsons”, “un blog más: ¿qué tan solos estamos? La imposibilidad moderna de mirarnos a los ojos”, “¿ya chequeaste la última lista de reproducción de Tito Libio?”, “informe especial, alguien nos observa todo el tiempo ¿sabes quién es?”. Comenzaba el día consumiendo tracaladas de información constante, videos, artículos online, podcast, recopilaciones de noticias, resúmenes de series, todo al alcance de la mano todo el tiempo. Ya en el colectivo, auriculares bluetooth encendidos, la radiación de las pantallas hacia más blanco el rostro a todos los pasajeros, mas ausentes, y no es que él lo notase, quería terminar de ver el capítulo antes de llegar a la oficina, quedaban solo un par más para el final de la temporada. En su escritorio, más tarde, la pantalla era tan obligatoria como temprano ese mismo día. Por momentos creía escuchar algún chiste entre los compañeros de trabajo, sonreía, puteaba tal vez, apenas si miraba, las planillas se llenaban de números que contaban su propia historia y él era el artesano de esas hojas virtuales. Entretejía, entre flashes del diario local, respuestas a correos urgentes, cambio de playlist, actualizaciones de última hora que modificaban las formulas, un café rápido, 30 minutos para comer, entretejía aquella telaraña de números que enviaba al instante de terminarla, solo para empezar otra y otra, fijo en la pantalla. La tarde era gimnasio, auriculares todo el rato hasta el momento de la cinta, la literalidad perfecta de correr para llegar a ningún lugar. Era su turno, había descargado en HD y guardado en la memoria del teléfono las últimas 3 temporadas de la serie de moda, ya no tenía excusas para no entender los memes, solo era cuestión de darle play, de comenzar a correr, de comenzar a ser parte. No hay planes para la noche, “es muy lunes” muestra una leyenda acompañada de una imagen de Garfield. Like a la imagen, los comentarios de siempre hasta que alguno da la nota “no entiendo por qué no les gusta el lunes”, dislike, “ni intiendi pir qui ni lis gisti il linis”, comentar. “Definitivamente hay gente que no sabe bien donde vive”, no “como hay gente que no sabe dónde está parada”, no, “hay gente que no entiende nada, mejor ni hablar”, si, publicar. Esperaba los likes, los comentarios, las preguntas, “lo decís por mi gor, te extraño, ¿cuándo una juntada?”, “de esos sobran macho, cuídate bro”, “que changuito este, siempre haciéndose el misterioso”, el último era de ella, podía darse por satisfecho. Ya en la cama, con la oscuridad solo interrumpida por el resplandor de la última pantalla encendida en el departamento, con dos ojos casi por cerrarse, con la sensación de haber realizado todo lo propuesto para el día, con un suspiro de plenitud, una notificación lo convocaba, como todas durante todo el día, un nuevo comentario en la publicación “un blog más: ¿qué tan solos estamos? La imposibilidad moderna de mirarnos a los ojos”, señorMilaConPapa87 publicó: “me está pasando, me está pasando ahora mismo, que puedo hacer????, no puedo ver a nadie, alguien, el que escribió esta publicación, necesito que alguien me ayude, por favor”… alarma encendida, celular off.

Esa mañana despertó como cualquier otra, planchó la camisa, tomo la ducha, hirvió el agua para el café. Era una mañana tranquila, a pesar de su urgencia usual por consultar las notificaciones del día anterior comenzó con música suave, de jazz, inundando todo el departamento, acompañándolo en la ducha “me está pasando, no puedo ver a nadie”, no recordaba la última vez que había soñado, mucho menos haber tenido una pesadilla, pero algo en ese último mensaje que leyó la noche anterior lo había dejado intranquilo, no había dormido bien, “¿no puedo ver a nadie?, ¿se puede no ver a nadie?”, el agua parecía no mojarlo, la música sonaba distante, hoy estaba desconectado. “Todo lo siguiente ese día podría ser explicado por una simple cadena de coincidencias, por lo que se diría un mal día”, pensó esa noche antes de dormirse, pero era extraño y forzoso, todo podía explicarse a excepción de lo del barrendero. El colectivo esa mañana estaba extrañamente vacío, cuando quiso darse cuenta ya estaba sentado en un asiento de a uno cerca del medio, dejó el capítulo del ebook para mirar a su alrededor, sentía extrañar a gente que no conocía, a completos extraños a los que no miraba a la cara nunca, pero hoy era distinto, hoy quería hacerlo. Al frente el chofer, dos personas sentadas juntas, con canguro y gorra, tapados por el frio, de espaldas, apenas si distinguía su género, una pareja tal vez, atrás un nene, dormido, hundido en su asiento solo dejaba notar la frente, no había rostro. Buscaba espiar la cara del chofer por el retrovisor, verlo, conocerlo, pero cada vez que el ángulo lo permitía, cambiaba de posición el cuerpo siguiendo el giro del volante, esquivando la mirada, haciéndose anónimo. “¿Dónde estaba la gente?” había perdido tiempo durante la mañana, pensando que no podía ver a la gente a la cara, se había retrasado tanto que viajaba ahora solo con los que estaban llegando tarde, una coincidencia. Al bajar del colectivo hizo un último intento, el niño ya no estaba, fue hacia la entrada de adelante pero una frenada brusca lo impulso fuerte hacia la puerta, el chofer sacaba la cabeza para putear a un automovilista de vidrios polarizados, la pareja miraba en dirección a esto, otra coincidencia. La oficina podría haber sido la oportunidad perfecta para reencontrarse con los rostros de sus compañeros de trabajo, el lugar que obligadamente visitaba 5 días a la semana era el lugar en el cual obligadamente debía ver el rostro de ciertas personas, esos mismos 5 días a la semana. No había nadie en la oficina, “¿otra vez?, ¿podía no haber nadie?”, tras iniciar los sistemas pudo saber sobre la importante reunión convocada a primera hora, todos estaban ahí, todos parados de espaldas frente a un orador que no podía ver, que cada vez que buscaba visibilizar era tapado por una cabeza, por una mano que se levantaba, por alguien caminando que se cruzaba y era igual de anónimo, más coincidencias. Al finalizar la reunión, un llamado de la gerencia lo apresuro a su puesto, había llegado tarde a trabajar, había planillas que presentar de forma urgente, correos que contestar y operaciones que autorizar para que continúe la gestión del día, la pantalla del monitor pedía su atención constante, ausente de todo a su alrededor, con la mirada fija. Cuando quiso darse cuenta estaba comenzando a anochecer, los compañeros de la oficina ya se habían retirado, tal vez lo saludaron, tal vez los vio a la cara cuando lo hicieron, no podía recordarlo, solo le quedaba este agotamiento mental, los ojos ardidos de mirar a la pantalla casi sin pestañear y una sensación de vacío que le era extraña, se desconocía a sí mismo, tal vez ni siquiera él podía verse a la cara. Decidió volver a casa caminando para reponerse del mareo, eran 15 cuadras en las que podría hacer un último intento, tratar de reencontrarse con la gente, poder verlos a la cara de nuevo. Caminaba como un zombi, con pasos lentos e inconexos, con una dirección fija y mirando casi todo el tiempo al frente. No había auriculares esta vez, el celular estaba apagado, trataba de estar lo más desconectado posible para poder volver a la realidad, para poder conseguir ese reencuentro. Tal vez el mareo, tal vez otra vez esas coincidencias que evitaban el contacto directo con el rostro de la gente, tal vez la visión ardida de estar conectado a las pantallas durante todo el día, que hacia borrosa la imagen, tal vez ya no sabía cómo mirar a la gente, muchos eran los factores por los cuales esa larga caminata a casa no sirvió de nada, porque a cruzó gente, a algunos, pero a ellos tampoco pudo verlos, todo parecía perdido. Ya estando en la puerta de su edificio, casi resignado a no establecer ningún contacto humano directo, con nadie, es que se acercó al barrendero, lo toco en el hombro para hablarle y al darse vuelta él finalmente pudo ver una cara, pero estaba censurada. El rostro del barrendero estaba censurado, pixelado, como cuando en televisión tratan de evitar mostrar el rostro de un testigo, como cuando en las fotografías se busca proteger la identidad de personas no implicadas con algún hecho, de esa manera lo veía, aunque en realidad, seguía sin poder verlo. Le hablaba, reconocía que la boca del barrendero se movía y sonidos salían de ella, pero no eran palabras, era como un ruido blanco muy fuerte, como el sonido de lluvia de una televisión sin señal, de las de antes, que tapaba cada palabra que pronunciaba el barrendero, que las hacía inentendibles. Sobrecogido por esta situación sentía enloquecer, no podía estar pasando por algo así, no lo entendía, “¿esto es lo que le pasó a señorMilaConPapa87?, el que puso el comentario en el blog, ¿alguien ahí le habrá dado una respuesta?”, necesitaba pruebas, encendió el celular y la cámara, apuntó al barrendero para tomar una foto de lo que estaba viendo y entonces lo entendió. En la pantalla que apuntaba al barrendero podía ver su rostro, sin censuras, al activar el micrófono en los auriculares podía escuchar lo que decía, sin ruido blanco, mediado por un dispositivo ahora podía verlo, entenderlo. Prometió al barrendero dejar la basura en el canasto y subió a su departamento, decidió no cenar esa noche por lo que fue directo a la ducha y después a la cama, estaba entre contento y desconcertado, contento por haber descubierto la forma en que esta nueva realidad se configura, desconcertado justamente por eso, “todo lo sucedido ese día podría ser explicado por una simple cadena de coincidencias”, pensó, “por lo que se diría un mal día, pero era extraño y forzoso, y nada podía explicar lo del barrendero”.

Esa mañana despertó como cualquier otra, planchó la camisa, tomo la ducha, hirvió el agua para el café. Esta vez no había pantallas, no había música de fondo acompañando la rutina, no había noticias ni actualizaciones ni comentarios, era solo él y el silencio. La calle de miércoles, así como el trabajo más tarde y después el gimnasio, se presentaban de la misma manera en que las dejó la noche anterior, con los rostros de las personas censurados, pixelados, con sus voces tapadas por un sonido blanco, fuerte, con su incapacidad para mirarles la cara, para entenderlos, ahora solo podía hacerlo mediante alguna pantalla. Había perdido la capacidad de entender la realidad sin la intervención de un dispositivo, “pero ¿eso era nuevo?, ¿hacia cuanto tiempo no miraba, no oía o sentía a otros?, ¿hacía cuanto no se miraba a sí mismo siquiera?”, que no sea por un posteo o un comentario en el posteo de alguien más, que no sea por sus propias fotografías subidas en sus redes, “¿se conocía a sí mismo?” Esa noche después de comer decidió buscar el viejo espejo, el del baño, que había guardado en algún momento, no recordaba el por qué, y que nunca volvió a colocar. Lo llevó hasta la pieza, y cuando estaba a punto de ubicarlo para verse, noto como la camarita web de la notebook se movía apuntando en su dirección, entonces recordó la publicación que había leído días atrás “informe especial, alguien nos observa todo el tiempo ¿sabes quién es?

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