martes, 2 de febrero de 2021

Ojos ciegos

De repente descubro un perfume distinto en su camisa, distinto a cualquiera de los que tengo. Ese olor nauseabundo, lo reconozco, ese perfume, no puede ser, no ese.

Casi los veo. Qué fácil es engañarme, escapándote en noches de excusas típicas, una cena con el jefe, los amigos y amigas de siempre, un “llego tarde amor, no me esperes, mañana te cuento”, escapándote, escapando de mí.

Escapando de nuestras muchas noches en casa cenando, mirando tele hasta tarde, jugando al chinchón, riendo, tomando mates y riendo. ¿Cómo pudiste escaparte de mí?, ¿cómo pudiste?, de mi amor voraz, de noches largas de sábanas mojadas y fulgor, de tu absoluta dependencia, ¿cómo pudiste?

Escapando, como siempre hiciste, como a todos hiciste, a tu padre, a tu hermano, a tu gata Trudy, a tu hija, a tus amantes, siempre escapando.

Y casi los veo. Es el perfume que recorre esta camisa, una imagen clara. Desde el puño hasta el hombro, las caricias se perciben suaves, también la fragancia, por el cuello y el pecho, los besos se impregnan, huellas traviesas por todas partes, luego el abdomen y el aroma que sigue bajando, siempre bajando.

Lo siento en toda la camisa, lugares que rosaron su piel, espacios que ocuparon sus labios, lo siento fuerte, nauseabundo me repugna, ese aroma me repugna, esta camisa, no, no la quiero aquí, tengo que deshacerme de ella, al cesto y que ahí se pierda, al cesto, no la quiero.

Pasan los días, más lo pienso y más lo entiendo, alguien me dijo una vez “la ropa sucia, siempre se lava en casa”.

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