Salgo de trabajar tarde, consigo subirme al último coche de la línea 107, el recorrido termina cerca de mi casa. Con un poco de suerte en media hora llego, me preparo algo para comer con las sobras del medio día y engancho alguna peli acostado en la cama.
Apoyo la cabeza contra el vidrio de la ventana del colectivo nocturno, observo en los edificios, por encima de los negocios cerrados, esas comunidades que se abren en hileras de departamentos distintos, unos más altos, otros más nuevos, otros olvidados, decadentes. El calor es balcón abierto sobre la avenida, que a esa hora sopla un aire fresco en las alturas, revelando la intimidad de aquellos ocupas, permitiéndome conocer las historias que los humanizan tras tanta vida metropolitana. Puedo ver un mate en una cocina, muy lejos a lo alto, atravesado por años de compañía, la mima yerba, la misma cantidad de azúcar. Como contraparte esta él con la guitarra, soñando ser un rockstar, tocando, no muy fuerte, apuntando el amplificador hacia la calle, tocando, no muy bien, haciendo un solo que es suyo, no muy bueno. Y está ella, que se pasea por el living del departamento en tetas, que disfruta de la soledad de su espacio, de la oscuridad de la noche, de una birra bien helada, de los muchos años de emancipación, de la libertad que significa combatir al patriarcado. Son anónimos en mi mente, visiones fugaces de ensueño, un ejercicio literario en este colectivo nocturno.
Bajo del coche y apresuro el paso por la vereda de los vecinos, voy sacando la llave para poder entrar rápido, los pibes cruzan la calle desde el frente. Los enfrento justo en la entrada, con algo de suerte van a salir corriendo, después de quitarme el celular y la billetera, y voy a poder ponerme a salvo en la casa.
Apoyo la cabeza contra el azulejo del pasillo nocturno, observo la hilera de puertas de departamentos perderse a la distancia, el mío está justo en medio, perspectiva que debe tener cualquier dueño en aquella inmensidad. Al entrar las luces están apagadas, un viento fresco sopla a esa hora en las alturas y se cuela por el balcón abierto, la luz de la calle revela la intimidad de los ocupas, nosotros, y permite conocer la historia que nos humaniza, tras tanta vida metropolitana. El mate en la cocina, a unos pasos de la puerta de entrada, atravesado por años de compañía, la mima yerba, la misma cantidad de azúcar. Como siempre está el flaco del departamento de al lado, sonorizando la noche con la guitarra, soñando ser un rockstar, tocando, no muy fuerte, apuntando el amplificador hacia la calle, tocando, no muy bien, haciendo un solo que es suyo, no muy bueno. Y estás vos, que te paseás por el living del departamento en tetas, que disfrutás de mi respeto por tu espacio, de la oscuridad de la noche, de que compartamos una birra bien helada, de los muchos años de relación, de la libertad que significa combatir con tu pareja al patriarcado. Son reales en mi mente, una alucinación provocada por el traumatismo, el inconsciente funcionando en formas misteriosas.
El exhalar como un soplido me despierta, la sangre en la vereda dibuja la ráfaga del suspiro partiendo de mi rostro, las fuerzas alcanzan para continuar respirando con dificultad. Por la rendija de la puerta veo el blanco incandescente, me olvidé de apagar la luz esta mañana, con algo de suerte van a aplicar los descuentos y no me viene tanto en la factura a fin de mes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario