Me encuentro en un predicamento respecto a lo que escribo. Releo un cuento que había empezado hace mucho y que dejé pendiente hace menos, sin recordar bien el por qué hasta la mencionada relectura. Lo concreto es que el cuento estaba bastante estructurado en mi cabeza al punto de solo tener que sentarme a escribirlo, lo que hice en su momento, y en su momento lo dejé de hacer también. Y dejé de escribir el cuento porque, mientras estaba en el trabajo de escribirlo, me dejé llevar por las pulsiones de mi imaginario o por las pulsaciones de teclas frente a la computadora y, poco a poco, el cuento fue tomando direcciones que no había tenido en cuenta al diagramarlo. Hasta aquí suena maravilloso, hasta me animo a considerarlo un poco como “escritura creativa”. ¿Cuál es el predicamento?, el cuento alzó vuelo propio y se fue a lugares a los cuales no pretendía ir cuando empecé a escribirlo, a lugares de los cuales no pude salir en su momento, motivo por el cual lo dejé de lado, y que ahora me tienen nuevamente sin poder avanzar. Hasta aquí no es un problema demasiado grave, no involucra demasiado los pormenores de mi personalidad y mi persona, hasta podría decirse que es un problema de donde cortar, donde borrar. Pero esa necesidad profunda que tengo de complicar las cosas, a veces solo para darme qué pensar, me llevó a reflexionar sobre el hecho de la huida. En su momento, cuando el cuento empezó a irse en direcciones imprevistas, cuando me vi fuera del control de lo que el cuento era o pretendía llegar a ser, lejos de lo que había ideado para él, hui. Sin demasiada dificultad dejé el cuento estancado en el punto en que había dejado de escribirlo una noche y no lo volví a retomar, no hasta haber olvidado por completo el motivo por el cual no había terminado de escribirlo, como un vil cobarde hui. Y ahora que releo el cuento y de nuevo me quedo estancado y sin poder avanzar, hasta justifico y doy razón el haber escapado de él. Que aquello que creamos, o que creemos crear, escape de nuestras propias manos, se convierta en algo distinto a lo que imaginamos, tenga sentido e identidad propios, es en extremos un golpe bajo a mi autoestima. El no tener el más mínimo control, ni siquiera de mis propios pensamientos e ideas plasmados en una hoja digital, me asusta, me asusta al punto de abandonar durante meses algo e incluso hasta olvidarlo. Por supuesto que exagero para hacer interesante este texto, sobre el que tengo un mejor control. Al cuento supongo que le sucederá como les sucede a los gatos cuando se hacen mayores, como a los hijos bien criados, como a la comida cuando tiene meses en la heladera, reconocerá su propia existencia y hará lo que el libre albedrío le permita en una sociedad como en la que vivimos. Por mi parte, y a modo de terapia, seguiré tratando de controlar algunos otros factores de mi vida que no sean tan conflictivos. También seguiré escribiendo aquí, en el blog, con la esperanza de hacer la cantidad suficiente de entradas para que no me sea necesario escribir más, pero que aun así sigan apareciendo, se sigan publicando.
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