domingo, 3 de abril de 2011

Ernesto Pérez Pascualino y sus cuentos de ciencia-ficción popular

Edmundo Guevara, con el seudónimo de Ernesto Pérez Pascualino, escribió obras tan clásicas de la nueva ciencia-ficción popular que, como era de esperarse, se convirtieron en realidades de la vida cotidiana años después de la muerte del autor, a la edad de ciento treinta y dos años y medio, como él mismo lo había anunciado cien años atrás en su cumpleaños.

Así es que Pascualino, o Pascual como lo llamaban los demás seudónimos de Edmundo Guevara, puede ser considerado no sólo como un autor de excepcional prosa y excelente vocabulario, sino también como un profeta en lo que a tecnología, tendencias y corrientes del pensamiento, refiere. Tal vez por eso su tumba imaginaria, con su ataúd imaginario y su cuerpo también imaginario, es visitada frecuentemente por inventores de lo absurdo, alquimistas y genios locos en problemas, sin nuevas ideas, que ven en su ciencia-ficción, la inspiración que los llevará a descubrimientos e invenciones, por supuesto ya citadas en las innumerables utopías de Pascual.

Pero no se desconcierte, tanto escritores como periodistas, amigos y familiares, imaginarios, visitan la tumba de Pascual en el Cementerio del Norte de la capital tucumana, ciudad natal, no imaginaria, de Edmundo Guevara y sus muchos alias, como Alberto Cozo, Juan Pablo Sánchez, Rodolfo Pena o Aníbal Sandoval entre otros. O los ya difuntos Rolando José Mansilla, Lorenzo Loretto, Abigail Ávila (un tropiezo de Edmundo) y el propio Pascual. Todos enterrados en el Cementerio del Norte en imaginarias tumbas distintas.

De todos ellos siempre el más recordado será Pascual. Sus obras marcaron a más de cuatro generaciones de imaginarios lectores asiduos, que esperaban cada domingo la redacción de su editorial en la sección literaria de un diario local, sumado a otro fantástico cuento de "la nueva ciencia-ficción popular", como él mismo la llamase en su primer editorial. Era una apuesta fuerte que por supuesto tenía sus detractores. Pascual mantenía discusiones en cartas publicadas en la sección de correos con Némesis, llamado así por el propio Pascual porque éste era, propiamente dicho, su némesis (Edmundo nunca fue bueno para inventar nombres). Cartas en las cuales salía a la luz un Pascual distinto del que relata las historias de máquinas futuras, de galaxias lejanas o pociones científicas de variado efecto. Era un Pascual que defendía sus especulaciones como verdadera ciencia, apoyando sus teorías fantásticas en importantes publicaciones tecnológicas y científicas, maximizando a un estado de absoluta necesidad su trabajo como especulador del futuro o lo posible.

Némesis leía fervientemente los cuentos de Pascual y siempre encontraba en ellos el romanticismo y ternura de poetas anteriores a su época, como Lorenzo Loreto o José Mansilla, pero embebidos de una profunda y absoluta soledad y tristeza. Pascual se defendía explicando a éstos como condimentos de la prosa y la propia palabra escrita, apuntando así a lectores más generales y no sólo asiduos a la ciencia-ficción popular, restándole siempre importancia verdadera. Pero Némesis atacaba resaltando la actual soledad del escritor, la falta de amistades no imaginarias y la obsesión compulsiva de dedicar su día completo a la lectura y escritura. Muy en el fondo Némesis tenía buenas intenciones para con Pascual, lo conocía como se conocía a él mismo, y sabía que el desenlace de tal vida nunca era bueno (explicando la temprana muerte de Pascual). Pero éste no comprendía, creía a Némesis como ese resto de conciencia humana, que sólo molestaba cuando se encontraba próximo a alcanzar la máxima expresión de su prosa, la teoría más importante de su existencia, la cúspide de su imaginación, la obra perfecta. Alejándolo de tal magnificencia para devolverlo a un lugar imperfecto y lúgubre, de penas y abandonos no imaginarios.

Muchos agradecen a Némesis la aún vigente existencia de Edmundo Guevara y sus múltiples seudónimos, de su obra total. El propio Edmundo muy en el fondo también lo hace, mas no así Pascual.

Los años y las cartas entre ofensas y agravios menguaron, las publicaciones y editoriales de Pascual se hicieron cada vez menos frecuentes, sus teorías menos realistas y significativas. La decadencia del escritor fue una pena poco común para los lectores imaginarios, que siempre se adaptaban a las nuevas tendencias de Edmundo y aunque, con el receso y aislamiento de Pascual, salieron a la luz otros autores importantes de la talla de Alberto Cozo o Rodolfo Pena, o el discípulo de Pascual llamado Aníbal Sandoval, ninguno de ellos lograría la repercusión o importancia que Pascualino tendría en la vida imaginaria de Edmundo Guevara, ni en sus imaginarios lectores de la nueva ciencia-ficción popular.

Tardaron años en descubrir el motivo de la férrea lucha entre Pascual y Némesis. El motivo del encierro de Pascual era su obsesión particular por encontrar la verdad absoluta del probable, de lo inestable e imperfecto, y transcribirlo en un cuento de ciencia-ficción, perfecto y no imaginario, al que dedicaría cien años y medio, no más que eso, como diría el día de su cumpleaños número treinta y dos. Es el mismo día que Némesis nacería con treinta y dos años para corromper, para contradecir y refutar, para minimizar y descartar cada avance ínfimo de Pascual, como una simple consecuencia de su decisión enfermiza y obsesiva, porque así lo era, empujando a Pascual en cada tropiezo y cada flaqueo, incitando a dejar la casa y el barrio, a correr en su búsqueda. Tardaron años en descubrir que el motivo de la férrea lucha entre Pascual y Némesis era el motivo más simple y común de todos, era la mujer que abandonó a Edmundo Guevara el día de su cumpleaños número treinta y dos.

* del libro Ernesto Pérez Pascualino y sus cuentos de ciencia-ficción popular

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