martes, 14 de junio de 2022

Tereso

Gutiérrez se ensució de nuevo la cola haciendo la caca. Ya está viejito, sus maullidos son roncos y de noche tira los libros y el vaso de agua de la mesa de luz cuando apago todo. No puedo dejarlo andar así, con ese pedazo de caca sin cortar agarrado del ano, se va a sentar en el escritorio de la computadora o va a subirse a la cama y va a dejar todo sucio.

Yo tengo a mano papel higiénico para estos casos, lo llamo como cuando estoy por aumentarle al plato de alimento y ahí lo agarro, lo subo a mis rodillas y lo detengo con el antebrazo, con esa misma mano le levanto la cola y con la otra lo limpio, siempre da problemas.

Así debe haber pasado mi viejo internado, después del segundo infarto cerebral, meando y cagando en un pañal, teniendo que ser lavado y cambiado por un enfermero, el que tan orgulloso estaba de su independencia, de no tener que darle las gracias a nadie.

– Usted también es muy independiente ¿verdad Gutiérrez?, sale de la casa cuando quiere, vuelve cuando le da la gana, no me tiene que pedir permiso ni explicarme nada, a ver, venga venga, quietito.

Le limpio la cola, le doy forma de cono al papel higiénico con los dedos, agarro el pedacito de caca, lo aprieto y lo tiro hacia afuera. Gutiérrez hace un maullido repentino, da vuelta la cabeza y me muerde el antebrazo. Del susto lo suelto, salta al piso, después a la cama y a la ventana. Se queda parado en el marco mirándome y cuando lo llamo para acariciarle la nuca, para explicarle lo que había hecho y que no tenía que tener miedo, salta al patio de afuera.

Los enfermeros me decían, las últimas semanas, que cada día se hacía más difícil tratar con el viejo. Que tenía mucha fuerza y lo agarraban entre dos para poder limpiarlo, que lo ataban cuando estaba muy inquieto y entonces él los escupía y los puteaba, que le aumentaban el goteo del suero con los calmantes para que se duerma, pero a veces se confiaban y a alguno se le escapa un brazo y el otro terminaba recibiendo una piña en estómago. Era bravo el viejo, estando sano, no se andaba con vueltas y a la primera de cambio te clavaba una bomba en la cara.

Busco a Gutiérrez en el patio. Encontró una bolsita de helado de palito en el suelo y le tira arañazos como si fuera una ratita color vainilla. Me escucha que lo llamo, que muevo como sonajero el plato de alimento pero lo ignora. Por momentos Gutiérrez se me hace muy parecido a mi viejo, será porque últimamente lo veo más desconectado de la realidad, no viene cuando lo llamo, maúlla mirando a ningún parte o se pone en alerta y corre por toda la casa.

En el hospital me contaron que el viejo tenía el horario cambiado, creía que estaba en el aserradero escuchando el Boca - River en la radio, y gritaba “eh Juan, Juan, ahí metió el primero el colorado Mac Allister, ves, te dije que les íbamos a romper el orto”, y despertaba a todos en la sala, la María le pedía que se calle, que se duerma, pero el viejo no hacía caso, o no escuchaba, o no entendía. Tuvo suerte en no saber cómo fueron sus últimos días, el viejo Raúl Tereso Paz, el carpintero del barrio, el hincha de Boca, el padre de una.

Me siento en el escritorio, el mensaje de María es bien puntual “el viernes es la misa del papá ¿vas a venir?”. Gutiérrez se sube a la mesa, me ve mirando en celular y me dice “no alcanzó con que te hayas hecho maricón, y todos los años que no le hablaste, además, ¿ni siquiera vas a ir a despedirlo?”, después se lame una pata y se la pasa por la cara un par de veces, salta sobre una zapatilla en el piso, la muerde y sale corriendo hacia la ventana. Solo entonces me doy cuenta de que tengo razón, con eso de que Gutiérrez es muy parecido a mi papá.

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