Verano, natación, profesor, de espaldas con patada de crol. Ya en el agua miraba las líneas verticales del techo que me indicaban si avanzaba o no, no eran de mucho fiar a menos que encontrase algo atípico en la forma, una mancha o una grieta que me indicase si avanzo al acercarme y alejarme a ella, al menos me servían para saber si estaba orientado correctamente. Es extraña esa sensación, ya en el agua, de ausencia de todo espacio tangible. Así sentirán los astronautas al flotar en materia oscura, creo. Ausencia. Que en otra circunstancia sería muy aterradora. Ausencia de un piso firme en cual erguirte y correr de ser necesario, ausencia de cosas alcanzables con tus manos para defenderte, ausencia de velocidad en tus movimientos, de control en tu cuerpo, en la situación. Primera ida, primera vuelta. En la siguiente los cristales de las gafas comenzaban a empañarse. Lógicamente los ojos, como todo nuestro cuerpo si es expuesto, reflejan la luz. La luz es energía y la energía es calor. Entonces el calor que irradian mis ojos en el espacio solapado que dejan mis gafas calientan los cristales, que al contacto con el espacio más frío del agua de la pileta hacen que se empañen. Nadando así ahora veo menos el techo, veo menos las líneas verticales y pierdo la noción de dónde estoy en la pileta, y si, con todo y pataleo, estoy en medio flotando inmóvil, o cerca del final, si estoy en la pileta o en un río tendido de espaldas y a la deriva, yendo directo a una cascada y a punto de caer por ella en un hoyo negro para terminar flotando en el espacio, con mi tanque de oxígeno medio vacío y ninguna señal de vida tecnológica, o de cualquier tipo, en ninguna parte, porque esta empañado el visor de mi traje y en mi radio comunicador nadie responde cuando... y la realidad ingresa por mis orificios nasales en forma de agua sucia de pileta apestada de cloro, intomable y por supuesto irrespirable. Ahogo, profesor, vergüenza, clases de spinning.
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