Pituto ama viajar en la Línea 5. Su apodo es porque su cabeza siempre tuvo forma de cosito comué, pero con pendorchos en lugar de orejas. A la mañana sale para la escuela a las 7, con intenciones de tomar el bondi de las 7:10, que ahí viene, entonces corre las dos cuadras que lo separan de la parada con techito.
A cuatro casas cruza a doña Forto, la vieja lleva un kimono despechado y otra vez se olvidó del corpiño, los lunares negros y peludos recrean la constelación de Orión en un cielo color leche vieja. Cuando la tiene a la par, doña Forto pasa la escoba haciendo un tsujikaze recto e inesperado, pero Pituto lo esquiva deslizándose de rodillas, en limbo, por el piso de carpeta, y se rasga el pantalón, pero al menos se da el gusto de agitar los hombros al pasar.
Salta delante de don Eusebio que riega la vereda, que la riega cuando estamos a 33 grados y el vapor hace desmayar a los misquitos, que la riega a las 6 de la mañana a oscuras, en invierno nublado, sin autos ni gente en la calle, solo el diablo y él, que la riega cuando la ve seca, cuando se acuerda que tiene que regarla, cuando se olvida de que ya la regó. Pituto salta antes de que arroje el baldazo de agua a la calle de tierra y piedras, aterriza mal en un escombro y empieza a caer hacia adelante pero rápidamente voltea su centro de gravedad para hacer un tumbacabeza y seguir corriendo.
Unas casas más adelante. cuando lo alcanza, chirlea en el cogote a Mauricio que sale de espaldas con la moto. Él fue novio de su hermana después de salir unos meses con su prima de la villa, cuando venía a la casa le traía palitos de la selva y chupetines con chicle, la María siempre decía que solo la buscó a ella para tirarse a la Raquel, ahora iba a tener una nenita con la vecina y no le quedaba otra que salir a trabajar todas las mañanas. Tras el chirlo Mauricio le dice “anda pa allá bobo” y Pituto le contesta “dale campeó”.
Llega a las escaleras de la casa de doña Gladys, que tiene una mitad del terreno más arriba que la otra, y cuando llueve se le inunda el garaje hasta la ventana. Sube de dos en dos los escalones y la vieja le grita “te va cae Pituto, te va cae”.
En el cruce viene levantando tierra el 107 cartel rojo, que no se inmuta al ver a Pituto correr hacia la calle y gira en dirección a Storni echando putas. Todo el mundo sabe que los choferes del 107 son descendientes de los conductores de carretas, de los viejos asaltantes de bancos que seguro andaban por estas tierras. Tienen sangre de forajido.
El 5 está dejando la parada después del puente, tal vez está vez Pituto no llegue a subirse. Toma carrera y salta olímpicamente el charco que en el barrio llaman “la antigua laguna negra”, pierde una carpeta, pero no importa, es la de música.
Corre ciego tres casas más hasta chocar con todo el viejerío del barrio al frente de la casa de los Nuñez. El viejo Lito Nuñez improvisó un mostrador con un tablón de albañil y seis cajones de manzanas. Está vendiendo, que digo vendiendo, casi que está regalando cortes de nalga, de lomo y de achuras, muchas achuras. Ayer carnearon a Rosa, la chancha más grande que tenía y una de las ultimas que le quedaban de cuando criaba, para salir a vender con el carro, tirado por la yegua Rosa, que se llamaba igual que la gata de la casa, Rosa, y que su difunta señora. El viejerío se abalanza sobre Pituto a la voz de “Pablito, qué grande está, ¿y tú mama cómo anda?”, “Pablito vení nene que tené la trenza desatadas, vení que te acomode el pelo también”, “¡chango!, andá a avisale a tu papá que el Lito la carniao a la última que le quedaba”, pero son lentos, como muertos vivientes sedientos de achuras. Pituto los esquiva sin mucho problema y sale del tumulto.
Queda en paralelo y a la misma altura que el 5, el más rápido será el vencedor. Pituto lleva la cabeza hacia adelante y los brazos hacia atrás para no frenarse con el aire, como le enseñó Naruto. La puerta de la casa con verjas y muchas flores está abierta, Valentín, el dogo de doña Encarna saca medio cuerpo y le tira un mordiscón cuando pasa, después empieza a perseguirlo. Pituto decide sacrificar la carpeta de ciencias naturales, pero esto no atrae a la bestia, entonces larga hacia atrás el medio sánguche de salame y queso que llevaba en el bolsillo. Valentín lo atrapa en el aire y lo engulle en dos bocados, parece que va a perseguir de nuevo a Pituto pero una moto con caño de escape ruidoso, que viene en dirección contraria, lo atrae más y comienza la caza.
El 5 dobla hacia la parada, pero Pituto ya está cruzando la calle, parece que lo va a conseguir, pero tropieza con los cordones desatados y cae en medio de la tierra y las piedras. La frenada del 5 suena como las chapas cuando el viento las despegaba del techo la tormenta pasada. Pituto se levanta rápido y así, sucio, casi sin carpetas, sin sánguche y con las trenzas desatadas, le hace seña para que pare.
El negro Cabeca, que va a la misma escuela, pero a tercero B, que es hincha del santo y no del deca, que dice que Marvel es mejor que DC, que se chapó primero a la Laurita, el negro Cabeca se ríe de Pituto mientras trata de abordar. A los empujones ambos suben y pagan. Hay solo un asiento libre, al fondo a la izquierda. Pero para llegar a él tienen que atravesar a un gordo con una mochila de Cars explotada, a una señora que lleva varias bolsas de consorcio con mercancías, a tres changos grandes en ronda, escuchando a Pablito Lezcano de un celular, y a una nena que está mirando el asiento de hace rato pero no se anima a sentarse. Pituto y Cabeca se miran. La carrera continúa.
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