domingo, 9 de octubre de 2022

El olor de mamá

Cuando la olimos a mamá, Matías y yo, era evidente había cobrado el sueldito que le daba la doctora por limpiar el consultorio los martes y jueves. Esto lo sé, porque varias veces, al salir de la escuela, caminábamos las diez cuadras hasta la dentista y la esperábamos a que termine de pasar el trapo de piso fragancia a lavanda. Era evidente que había cobrado, porque en el cuello se respiraba Intense de Monic. Seguimos oliéndola esa mañana, con la intensión de saber que le pasó, por qué estaba tirada en el suelo, por qué no se levantaba. Mamá respiraba. Su aliento tenía un dejo de ajo, de salsa de tomates con albóndigas de carne y… no, más bien era salsa boloñesa. Mamá había comido. Sus manos jóvenes esa vez estaban arrugadas, como sus manos viejas, blancas de más y un poco ásperas, era lo único que nos sugería que podían estar muertas, pero estaban cálidas e irradiaban lavandina con tanta fuerza que nos hacía ceñir la cara. Mamá estuvo trabajando. En la panza tenía olor a miércoles, me dijo Matías mientras la abrazaba y la llamaba sollozando “mamá, mamá… mamá”, sin poder hacerla reaccionar, hoy era viernes. Mamá llevaba varios días sin bañarse. En los pies llevaba puestas unas chancletas que solía usar en casa, no en el consultorio, tenía las uñas pintadas color tierra, el espacio entre los dedos con humedad de bache, los tobillos con mugre de muchas cuadras, con solo apoyar mi nariz sobre ellos sentía el sabor a barrio. Mamá vino caminando.

Disculpe señor, pero eso que me cuenta pasó hace 20 años, ¿Qué tiene que ver con el estado actual de su madre?

Es que esa no fue la primera vez que olvidó tomar la pastilla, pero si la primera vez que perdió el conocimiento.

Lo llamé a Matías para avisarle que había encontrado tirada a mamá. Me preguntó si estaba otra vez en la placita, donde hicieron el altar para la virgencita desatanudos, le dije que no, que estaba de camino al consultorio. Me preguntó si respiraba, le dije que apenas. Le conté que la enfermera le había dado puré de zapallo y una presita de pollo, pero unas migas verdes entre los dientes me hicieron darme cuenta de mi error. Mamá comió puré de batata. Tenía las manos mojadas con un agua espesa, salada al tacto, con fragancia a hospital público, unas cuadras atrás había encontrado la aguja y la bolsita. Mamá se sacó el suero. Tenía panza de mujer adulta mayor, con el pupo hundido, oscuro y acuoso hacia el fondo, con una aureola negra seca hacia afuera, que me hacía picar la nariz, ese jugo se había acumulado y vuelto rancio. Mamá llevaba varios días sin dejar que la enfermera la bañe. Tenía los pies lastimados, en una mezcla de rojo, marrón y verde, unas sandalias de barro seco habían dejado huellas en la vereda antes del desmayo, emanaban el hedor de las cascaras de banana descompuestas, uno de eso olores que quedan grabados en el entrecejo y después se saborean en la lengua. Mamá no quería usar el talco con ácido bórico que le dejé a la enfermera. Una última fragancia llamó mi atención en su cuello, una que difería completamente de las otras, entonces me di cuenta, llamé de nuevo a Matías para avisarle que había dejado de respirar. Mamá seguía usando Intense de Monic.

Disculpe señor… le soy honesto, no entiendo por qué me cuenta todo eso.

Es que fue en ese momento en el que se me ocurrió cómo quería velarla.

Traje todo. Quiero que huela a pata, así que mezclé cascara de naranja, manzana y banana, y las dejé a la intemperie durante tres días. Usted vea cómo soluciona el asunto de los mosquitos. Matías va a traer unos ñoquis con salsa roja que hizo su esposa, la receta es de mamá y le salen muy parecidos. Podemos ponerle unos cuantos, en la boca, y le movemos la mandíbula para que los mastique. Traje el detergente, de la misma marca barata que compraban en el consultorio, vamos a rociarle un poco en cada mano, pero solo un poco, no quiero que opaque todo lo demás. Para esto vamos a necesitar guantes, este detergente te destruye la piel. Encontré una botella medio vacía de Intense en el botiquín del baño, hacemos una o dos descargas, el que se acerque a besarla lo va a notar. En el salón velatorio no tiene que haber aromatizantes. Y traje estas flores, gardenias, rosas, lirios y peonias, las vamos a poner a los costados del vientre, así olía mamá cuando la abrazaba de chiquito, cuando volvía del vivero, los miércoles.

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