La morsa amamanta a Nukarta a la mañana, cuando el oso polar no está, cuando sale a recorrer la playa agrietada, en busca de peces dragón perdidos cerca de la superficie. La morsa sabe que Nukarta ya no tiene edad para chupar el pecho de su madre, que debería salir, sentir el húmedo frio en la nariz, aprender a usar la caña, descubrir cuando sale y se pone el sol, pero al momento de decidirse a dejarlo ir, el recuerdo del pequeño Paarnaq, bajo el inmenso lago congelado, hacen que lo devuelva a su regazo para arroparlo con su grasa. El oso polar sufre este apego, cree que no valoran el pescado fresco que pone frente a ellos todas las noches, que tiene necesidades de macho sin satisfacer, que es hora de iniciar a la cría en las viejas enseñanzas, lejos de su madre, lejos del iglú que los protege.
Se parecía a lo que relatan las viejas leyendas, para Nukarta, ver a la morsa pelear con el oso polar. El enorme peso de ella, sus grandes colmillos, la fuerza descomunal de él, sus garras de cazador. Los años de relación no tuvieron peso y la naturaleza hizo vencedor al más experimentado. El oso polar arrastró a la morsa hacia la playa para darle fría sepultura bajo el agua. Nukarta salió del iglú por primera vez en años, no dejaba de pestañear por la luz, el frío afuera era distinto del frio adentro. El sonido del hielo resquebrajándose lo puso en alerta, cuando pudo aclarar la vista la morsa y el oso polar ya no estaban, solo la inmensidad de la playa, los peses dragón perdidos cerca de la superficie y él, que no había aprendido a usar la caña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario