lunes, 8 de agosto de 2022

Star Trek

La primera vez que lo vi llevaba puesto un traje espacial. Era un explorador de otro mundo, que incursionaba por primera vez en el jardín de mi planeta. Con timidez, al principio, observaba en dirección a la casa desde atrás de le mesa del quincho. Por los platos en el suelo y el freezer abierto, podía adivinar que llevaba un buen rato reconociendo el terreno. Quise acercarme, pero al ver que se asustaba me detuve. Conteniendo los pasos me acerqué a la reposera junto a la pileta, y ahí me quedé esperándolo.

Tenía un casco de caja de Titas con un recuadro cortado, y tapado con una radiografía vieja blanqueada con lavandina. Detrás el explorador era un pecoso colorado, con mocos pegados al borde del labio, que respiraba con algo de dificultad, supongo por la compresión del aire dentro del traje. Caminaba a salto de astronauta. Cada rincón del jardín era un lugar sin explorar, tenía que evitar el ataque de serpientes de manguera verde, que las maquinas engulle pasto se enciendan de repente, o que algún monstruo marino pueda salir de la laguna junto a las reposeras. También tenía que determinar si yo era una especie amistosa.

Su traje era el uniforme reglamentario de la agencia aeroespacial argentina. Tenía la típica banderita celeste y blanca en uno de los hombros y en el otro la calco de Perón y Eva del segundo mandato. Al frente una leyenda anunciaba la procedencia del explorador a cualquier habitante de otro planeta: "vota a Cacho García, tu compañero. Lista de los trabajadores de Ñuñorco". Se acercó hasta donde estaba, le hice el tradicional saludo vulcano para demostrarle mis intenciones amistosas y él me devolvió los dedos en V. Detrás de la radiografía pude observar una sonrisa juguetona, de dientes de leche, y supe que habíamos llegado a un entendimiento. Le hice señas para invitarlo a pasar a la cocina de la casa, si es que quería comer algo, y él se palmeo la panza para confirmar. Nos movíamos a salto de astronauta cuando el ruido de un portón estremeció el espacio. El explorador quedó atónito. Tuve que tomarlo de la mano para que pueda seguir el viaje.

En los brazos, bolsas plásticas de dos colores, subidas hasta los hombros, impedían que los gases tóxicos, del nuevo ambiente, contaminen las manchas de aceite en los codos, puedan alcanzar el collar de tierra en el cuello, o afectar el pecho huesudo. La cocina era el habitad definitivo de una civilización avanzada. El microondas, la heladera y las hornallas se manejaban con botones, que parpadean leds y emiten sonidos de bip. Las luces se encienden solas al caminar cerca de un lugar oscuro. Todo está pintado en colores cálidos a la vista, sin manchas de suciedad y humedad, y los muebles dispuestos en armonía con el espacio. El explorador se sube a una de las sillas ergonómicas, no logra acomodarse para quedar cómodo, cosas que pasan, parte del oficio de conocer nuevas civilizaciones es adaptarse a sus costumbres. Yo preparo algo que en mi planeta llaman merienda, por suerte me quedaron saquitos de Bahgol, que había dejado de comprar, y tenía unas tostadas de pan negro, manteca y mermelada.

Los guantes del traje eran de albañil, de hilo blanco grisado por tierra de patio y piso de carpeta, con matices de herrumbre de chapa picada y goma de rueda. Después de servirle la merienda, necesitaba que se saque los guantes y el casco, para que pueda comer, le hice señas tocando mi nariz con un dedo, para que sepa que respirábamos el mismo aire. Al comienzo vi, detrás de la radiografía, que negaba con la cabeza, aunque el casco cuadrado se mantenía inmóvil. Después levante una tostada, amagando con comerla, y reaccionó indicándome que pare. Con ambas manos a los costados de la caja de Titas levantó el casco y el sonido de descompresión del aire pudo escucharse. Al comienzo miraba en todas direcciones de la cocina, seguramente mi mundo se veía diferente sin el casco puesto, después recordó la merienda y comenzó a comer.

El traje se completaba con una bermuda negra, que tenía el número 10 en una de sus piernas, y en la otra el logo de la AFA. Los tobillos y pies estaban cubiertos por unas botas altas hasta las rodillas, de un material invisible, que dejaban ver sus piernas oscuras de tierra, sus pies embarrados y las uñas de punta negra. Recordé que las botas del traje espacial de mi hijo, también un explorador de las estrellas, estaban guardadas en un armario junto a la puerta del baño del primer piso. Le hice señas al astronauta para que me espere, primero hizo los dedos en V, pero después trato de hacer el saludo vulcano, yo le respondí de igual manera. Mientras subía la escalera escuché un llamado, supongo que el intercomunicador del traje estaba con el volumen alto.

—Javieeeeeeeeeeeer, vení ya para acá, me cago en la mierda, ¿dondestan lo guante?, Javieeeeeer.

Volví rápido a la cocina, pero el explorador ya se había materializado nuevamente en su nave. Seguramente algo urgente lo requería, que hasta tuvo que dejar su casco. Lo guardé, junto a las botas que fueron de mi hijo. Empecé a tomar mates, a la tarde, en la reposera junto a la pileta. Desde el encuentro siempre compro Bahgol, en caso de que el explorador vuelva a visitar el jardín de mi planeta, pueda recibirlo como corresponde.

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