sábado, 23 de julio de 2022

El revés del colchón

—Julieta abrime… Julieta abrí la puerta por favor, no podés seguir encerrada ahí, no podés hacerme semejante quilombo por una boludez— Mariana golpea la puerta al tiempo que insiste —Julieta, dale, no seas boluda.

Temprano habían dado vuelta el colchón. La hija que ambas adoptaron de la calle, Trudi, había menstruado por primera vez y no quedaba otra que darlo vuelta y cambiar la sabana. El departamento era de Mariana, llevaban conviviendo siete meses, trajeron a Trudi hace dos.

Mariana no era fanática de los gatos, pero el departamento era muy chico para un perro, incluso un caniche o un salchicha. Julieta se comprometió a limpiar la caja de las piedritas siempre que Mariana se encargue de mantenerle el plato de agua y de comida lleno. Visitar al veterinario fue lo primero que hicieron como pareja en el barrio, caminando de la mano las dos cuadras de ida y de vuelta. Doña Encarna estaba horrorizada “si la viera su mamá, que en paz descanse bendita mujer. ¿Y cómo se llamada el chico ese, con el que salía?, menos mal que se fue a tiempo”. Julieta caminaba con la frente bien arriba, presumía un trofeo, Mariana estaba insegura sobre la gata, convivir no era fácil siendo solo dos, y ahora Trudi.

Mariana apoyó la espalda contra la puerta y se dejó caer, golpeo hacia atrás dos veces, a puño cerrado y de forma contundente —Juli, abrime, hablemos— y un llanto del otro lado de la puerta interrumpió el silencio —no Juli, no llorés, perdoname amor, no quisé gritarte.

Después de dar vuelta el colchón, descubrieron una mancha verde con forma de bombuchazo. Trudi se acercó a olfatearla, hizo algo parecido a un estornudo y movió la cabeza como despabilándose, después salto hacia la puerta y salió por el pasillo a la cocina. Mariana estaba buscando las sabanas limpias cuando Julieta le preguntó por la mancha.

—Es una historia graciosa. Viste Juan, bueno yo estaba loca por él, pero loca en serío ¿no? Nos la pasábamos en la pieza, escuchando música, fumando, cogiendo. Solo salíamos para preparar unos mates y bajábamos a comprar medialunas en la panadería de Fredy. Fue una de esas veces. Él estaba apoyado en el respaldo, me estaba por cebar uno lavado, yo me acerqué por el costado y amagué con morderle la panza, él se asustó y volcó el mate. Un poco de agua me cayó en el pelo y el otro hizo la mancha. Nos reímos como una semana de eso.

Mariana pensaba que algo así debía haber escuchado Julieta, cuando le habló por primera vez de Juan. Lo siguiente fue confuso para las dos.

—¿Y por qué no lo cambiaste al colchón?

—¿Sabés lo que sale comprar un colchón?

—Vos lo dejaste porque te hace acordar a Juan.

—Julieta estás hablando boludeces.

—Y lo diste vuelta para que yo no sepa de él.

—No, Julieta, cuando lo di vuelta fue porque… mirá, ni sé cuándo lo di vuelta, esta así desde hace un montón, ya ni salía con Juan y estaba así.

—¿Y cuando me ibas a contar de todo lo que hacías con Juan?

—No sé… sí te iba a contar algún día, pero no tiene importancia para mí, eso quedó en el pasado.

—Sí, quedó en el pasado, pero te acordás muy bien de cómo se hizo la mancha del colchón.

—Me acuerdo, pero por otra cosa. Esa tarde nos hizo frío, así que los dos andábamos embuzados. Yo tenía varios días casi sin hablarle. Juan otras veces me había hecho el aguante cuando me bajoneaba así, me abrazaba cuando me acostaba y me quitaba la almohada con la que me tapaba la cabeza para que no me escuche llorar. A veces estaba mal días enteros, y él se encargaba solo de cocinar y mantener limpio, compraba las medialunas y preparaba los mates. Esa tarde debe haber sabido que le iba a pedir que se vaya, porque cuando le pedí que me de uno lavado me dijo que no. Después dejó todo en la mesa de luz y se puso a juntar su ropa en una mochila, y mientras la armaba tiró el mate en la cama. No se molestó en limpiar, yo tampoco tenía ganas de hacerlo.

Mariana quiso decirle, contarle a Julieta el tiempo que había pasado sin saber qué hora era, donde estaban las llaves del departamento o el control remoto, cuantos días llevaba sin comer. Solo se limitó a bajar la cabeza. Julieta gruño del enojo y azotó la puerta del baño antes de ponerle llave.

—Julieta dale —Mariana insistía, pero con menor convicción, entonces escuchó maullar a Trudi en la cocina. Quería levantarse del piso junto a la puerta del baño, lugar que se convirtió en su menos favorito del departamento, quería abrir las ventanas para entre el sol, volver a los días buenos con Juan, pero sin él, abrazar la sonrisa que encontró cuando decidió buscarla en su cuerpo, dejar los días de llanto en el pasado. Se levantó torpemente, como pudo, y buscó a la gata en la cocina.

— Hola Trudi, Trudi-Trudi, venga chiquita venga, ¿Qué pasa?, ¿Qué quiere? — el plato rojo del alimento estaba hasta el tope. Tiró el agua del plato azul para llenarlo de nuevo, pero no podía ser eso, porque le había cambiado el agua antes de acostarse a dormir con Julieta. Miró la caja con las piedritas que estaba sucia, llena excremento duro, pegoteado con pelo y piedritas, y tenía manchas húmedas de pis por todas partes. Se quedó mirándola por un rato, hasta que Trudi le cabeceo el hombro para que la acaricie, entonces despertó del trance. Saco una bolsa de un cajón de la alacena, acerco el tarro de la basura que tenía en la cocina y comenzó a limpiar la caja con las piedritas, después puso la pava a hervir en la cocina, busco el mate y la bombilla, pensó que, ya que estaba, podía poner música, lavar los platos que habían quedado del medio día y ordenar un poco su departamento, en compañía de Trudi.

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