El extraño ciñe la mordaza desde la nuca, la boca queda medio abierta y los labios carnosos de Rubén expuestos. Trae uno de los brazos al respaldo de la silla y comienza a atarlo, la fibra vegetal de la cuerda raspa la muñeca de Rubén que no puede evitar resoplar de placer. El extraño nota esta actitud contrariado.
– ¿Qué te pasa?, ¿te gusta?
Rubén niega con la cabeza, con movimientos mínimos, nervioso.
El extraño toma el otro brazo, lo trae hacia el respaldar de la silla desde el hombro, acariciando la musculatura de Rubén con las dos manos. Rubén se sorprende, mira a la cara al extraño que se muerde la lengua con los dientes.
– ¿Qué me mirás? ¿Yo te dije que me podías mirar?
Rubén baja la cabeza, ve que su entrepierna comienza a abultarse.
El extraño apoya el brazo de Rubén contra el respaldar de la silla, con una mano detiene la soga y clava las uñas en su brazo, con la otra mano hace girar la atadura y roza la pierna de Rubén en cada vuelta. Cada contacto es un espasmo, Rubén sopla por la nariz.
– ¡Dale, apurate, así me ayudas a buscar!
– Andá a mirar a la otra pieza vos, ya termino con los pies.
El extraño se arrodilla delante de Rubén, junta los tobillos de forma brusca y comienza a atarlo. Para llegar a rodearlo baja la cabeza y la apoya sobre su entrepierna, la mueve de un lado a otro con cada giro de la cuerda, con la cara roza la erección de Rubén.
– ¿Qué pasa, te gusta que te roben, o soy yo?
El extraño termina de atarle las piernas, apoya las manos sobre las manos de Rubén y se levanta recorriendo su pecho con la cara, se detiene a centímetros de su boca, inclina la cabeza hacia la derecha y le pasa la lengua despacio por el labio superior, Rubén siente la humedad y el suave movimiento en su bigote. Trata de sacar la lengua por debajo de la mordaza, cuando el extraño recorre el labio inferior, y ambas se tocan. Rubén tiembla, comienza a lagrimear, no puede contenerlo.
– ¿Y, ya terminaste? – regresa el cómplice de la pieza de al lado – sacale la mordaza, no encontré nada allá, él debe saber dónde está.
– No, dejalo, ya te ayudo a buscar yo
– Sacale la mordaza, que sos boludo, no vamos a estar toda la noche aquí.
El extraño mira a Rubén a los ojos, que lagrimea y niega con la cabeza, con movimientos mínimos, no deja de temblar.
– ¡Y, dale, que esperas!
El extraño saca su arma de atrás de la cintura, sobre la línea de la cola, y apunta. Rubén acaba.
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