viernes, 22 de julio de 2016

II - a - Epidemia

– ¿Lo tiene?

– Sí. Lo conseguí. Son casi seis litros. Debería alcanzar para una semana más.

– Debería. ¿Lo vieron?

– No, nadie me vio.

Una brisa otoñal penetra la rendija de la puerta, mueve algunos papeles de la mesa y despierta al moribundo.

– ¡Tapenmé, tapenmé por favor que tengo frío! – suplica.

– Pero… no podemos taparte la cabeza, te quedarías sin aire – contesta el enfermero.

– Siento que vuelve Cacho, es la puta muerte que viene a buscarme. ¡Me congelo!

– Tranquilo – repone el enfermero – tu hermano consiguió más tequila. Pero solo voy a darte un vaso, eso debería ayudarte a pasar la noche. Tal vez mañana haga sol y podamos salir afuera – comenta mirando al hermano del moribundo que asiente con la cabeza.

– ¿¡Solo un vaso!? Pero sabes que no alcanza, y el dolor es insufrible. ¿Qué voy a hacer solo con un vaso? Dame más de esos calmantes que tenías antes, quiero dormir esta noche sin dolor, por favor, más de esos calmantes – suplica el moribundo.

– Sabés que no quedan, se acabaron. No hay en las farmacias ni en los hospitales. La epidemia está arrasando con todo – repone el hermano esta vez.

Después de un rato de delirios y súplicas el moribundo finalmente se duerme. El hermano del moribundo y el enfermero conversan bajo, para no despertarlo.

– Cuénteme ¿cómo está todo ahí afuera? – pregunta el enfermero.

– ¿Cómo?, ¿hace cuánto tiempo que usted no sale del hospital? – repone el hermano del moribundo.

– Semanas creo. Todos se enferman tan rápidamente que en tan solo unos días me veo congelándome en mi departamento. Aquí están mis compañeros y amigos, ellos me atenderán si lo necesito, como yo a su hermano.

– Que podría decirle – contesta el hermano del moribundo – las calles están desiertas, los comercios, los edificios, todo. Parece una ciudad fantasma. Parece el fin del mundo. Conduje todo el centro hasta encontrar un negocio. Había un anciano cobrando $100 el litro de tequila o whiskey. La gente pagaba desesperada, y había cincuenta o sesenta de ellos. Esperé paciente un rato, pero cuando el viejo dijo que se estaba agotando, que no había ni para cinco personas más, qué más podía hacer, mi hermano muere, saqué mi arma y después de dos tiros al aire me abrieron paso. El viejo testarudo se negaba a entregarme el recipiente de tequila que le quedaba. Forcejeamos un poco y caímos, el arma se disparó sola y lo mató, creo que tenía que pasar. Por suerte nadie más tenía un arma, pero no creo correr con la misma suerte de nuevo, si vuelvo a salir – el hombre hace una pausa para pesar, mira a ningún lugar, luego reacciona – no me juzgue por favor, mi hermano muere.

– Lo comprendo. No hay lugar para la moral o la ética en el futuro que nos espera. La fiebre solar está acabando con la humanidad muy rápidamente. Lo he visto aquí, hombres y mujeres sanos, atléticos, de esos que parecen invencibles, sucumbir en tan solo días. Antes de descubrir los calmantes efectivos, o el uso de la bebida blanca, morían congelados. Nada podíamos hacer, solo dejarlos morir – repone el enfermero.

– Debe resultarle difícil seguir cuidando enfermos de fiebre solar, después de lo que ha visto.

– Un poco a veces. Creo que solo me estoy preparando a mí mismo. No dejo de pensar en sobrevivir los meses que faltan hasta el verano, cuando el clima caliente y la epidemia mengüe, o, o quien dirá, cuando al fin encuentren la cura. Salir a la calle, al mundo o a lo que quede de él. Eso será desolador.

– Quien podría saber eso, es probable que sí, la humanidad sobrevivió a epidemias antes.

– De todas maneras el paisaje ya es desolador ahí afuera y el gobierno ya está trabajando en el tema. Vi, en una vuelta que di por el centro buscando el alcohol, hombres armados tapados de pies a cabeza con uniformes amarillos y máscaras de gas. Estaban desalojando cuerpos de un edificio del centro, apilaban todos en medio de la calle y los quemaban. No respetan ni a los familiares de los difuntos, vi a padres e hijos llorar desconsolados mientras subían en las camionetas negras. Trataron de detener mi auto pero aumente la marcha y escape.

– Tal vez lo mejor hubiera sido ir con ellos. Seguro tendrán un lugar aislado a donde están llevando a los que no fueron infectados, como un plan de contingencia por si no pueden curar la epidemia, tal vez ya ni siquiera lo están intentando, y solo quieren preservar la especie. La cura, de existir, serviría solo para evitar una catástrofe como esta en un futuro. Ya no deben pretender curar a los infectados, de esto no hay vuelta atrás. Seguro es solo preservar la raza humana.

– Hijos de puta ¿Quiénes son ellos, para decidir quien vive y quien muere?

– No es un acto consiente, es su instinto de supervivencia. Las cosas deber ser así. Lamento decirle, aunque ya lo sepa, que su hermano no sobrevivirá. El tequila que trajo apenas va a alcanzar para algunas semanas, además, esos uniformados que vio no tardaran en requisar clínicas y hospitales en busca de medicamentos y no infectados. Puede que sea lo mejor. El mundo de ahí afuera no es el mismo que él conoció, nunca volverá a serlo. Usted debería irse también, mientras hay tiempo de que sea rescatado. Tal vez viva lo suficiente para ver un futuro mejor.

– Yo de aquí no me muevo, nunca abandonaría a mi hermano, es mi única familia, no, nunca lo haría. Pero usted no tiene por qué quedarse.

– Si tengo. No es su hermano el motivo, soy yo. El mundo de afuera no me asusta, Dios sabe que en mi vida vi mucha mierda, que me rosé con las escorias de esta ciudad. Este es mi último acto de bien en el mundo, mi último acto de fe. No creo lograr nada aquí, pero no puedo abandonar a su hermano.

El moribundo se levanta y busca el arma de su hermano en la mesita de luz. Había escuchado toda la conversación y estaba decidido. Apunta al enfermero obligándolo a traer el bidón de tequila. Luego les dispara a ambos. Se recuesta y se tapa hasta la cabeza abrazando el recipiente de bebida mal tapado. Los tres cuerpos se enfrían lentamente en ese cuarto de hospital.

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