lunes, 3 de septiembre de 2012

Enfermo de la moral

Días atrás en una discusión con una actual nn, al plantearle o preguntarle yo por qué se comportaba de una manera tonta, mentirosa, quizás hasta mala, me contesta con pocas pulgas que soy un “enfermo de la moral”, que ni yo ni nadie le iba a decir cómo debía actuar ella ni qué estaba bien o mal. No voy a contar el porqué de tal afirmación ni su acción, no espero que el lector juzgue los actos de mi interlocutora porque no es lo que trato de poner en tela de juicio, de todas maneras y a muchas honras este es mi espacio de catarsis personal público que algunos pocos conocidos leen y uno que otro comenta. El asunto del caso es esa idea de “enfermo de la moral” que me corto el sueño de esa noche o provoco enredadas visiones oníricas que no recuerdo, pero que seguro fueron enredadas porque al otro día no podía encontrar un equilibrio para nada de lo que hacía. Como siempre pasa, y muy a mi pesar, cuando una idea me perturba el libre albedrio de mis pensamientos tiendo a concentrar la mayor parte de mi tiempo libre de acciones para alcanzar de nuevo ese equilibrio deseado, y esta es, mis queridos lectores, la respuesta más simple que puedo dar a esos incesantes “¿Qué te pasa?” que golpean mis francos en esos momentos de cabizbajo distraído y reflexivo, cuando contesto “no me pasa nada” es porque explicar que me pasa es más difícil, tal vez, que explicar el motivo de mi estado.

Ahora bien, ¿en serio? ¿Enfermo de la moral? Cuanto mucho si me considero un poco moralista, defiendo mis principios a capa y espada y todo eso que no me gustaría que me hagan o hagan a cualquiera no lo hago, es tan simple como eso, y considero que alguien, que evidentemente esta en falta, que le falla a un alguien querido, que traiciona un acuerdo tácito o no, y no tiene excusas, y no tiene motivos, y además, con su actuar dañó a ese alguien, debería al menos tener el valor de admitir la verdad. Por supuesto que la gente no admite sus errores (y confieso que a mí también me cuesta horrores hacerlo) y por supuesto que decir “es verdad, te fallé, tenés razón” es para la mayoría rebajarse o aceptar a un otro como superior o un mejor o no sé (y no me apunten a mí los detractores de esta idea, yo solo expongo datos empíricos propios cargados del inevitable bagaje subjetivo), y creo que por eso nadie lo hace, lo que me descontenta y me decepciona de esa persona. Lo cierto es que quería a esta alguien, y me falló como yo no lo haría, y decidí que nada más voy a querer de ella. Ahora surge este dilema, en tardes de charla con una amiga, sobre el tema, me dice que espero mucho de las demás personas, que yo en lo posible no traicione ni mienta, y que quiera lo mejor para los demás, no me hace merecedor de lo mismo por parte de ellos, mucho menos puedo pretender que piensen como yo (a veces creo que nadie lo hace, y es lo que fomenta esta rara soledad en compañía que siento a veces), entonces me doy cuenta de que estas convicciones tan arraigadas me quitan de disfrutar o hasta aprovechar de oportunidades que se presentan en mi vida, en las cuales no hago nada malo o demasiado malo, pero que si pueden desencadenar en un corazón herido o un llanto de domingo por la noche, y entonces, en vísperas de eso que creo puede suceder, me hago a un lado. Me quedo tranquilo, apartado, solo, y el mundo sigue y cada cual con sus valores y moral, y me quedo solo, un moralista tal vez, un enfermo de la moral no, pero si un hombre solo.


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