Discutía con una amiga un día de esos. Sin más que hacer esa mañana que lavar los platos, lavaba mi espíritu confesando mis preocupaciones existenciales. Por aquellos días ponía en duda mi creencia más fuerte: la gente. Ese ser ambiguo, azaroso e impredecible es y será, para mí, el creador y salvador de su propio mundo. Comenzando siempre con un objetivo más modesto como su propio destino y tal vez nunca alcanzando esa gloria de anales de historia, mito y trascendencia, está en carrera, y es por ello el receptor de mi fe. Estábamos en épocas de navidad, épocas sugestivas si creces en un ambiente un poco católico, un poco “no me importa mucho”, con el bombardeo de películas alusivas y despedidas de finales de año, el ambiente se respiraba navideño. Yo estaba como siempre adaptándome a la mutación del entorno cuando me invade esta melancolía rara, por varios días no supe explicar el porqué de aquel bajón (no encuentro otra palabra para describirlo) hasta sentarme a meditarlo con más detención. Estaba falto de fe. Necesitaba (creo que en aquel momento realmente necesitaba) ver, entender o sentir un acto de bondad, de verdadera bondad desinteresada y austera. Estaba dejando de creer en la gente y de a poco me encaminaba hacia la soledad de un hombre sin fe, porque ellos son mi creencia más fuerte, y necesitaba reconciliarme con este ser, volver a creer. Pero en la calle, a pesar de la época o un poco sugestionado por la misma y por mi descreencia, parecía que todo lo que se hacía o decía era totalmente lo opuesto. Individualismos, envidia, odio, codicia. La calle estaba plagada de actitudes deplorables que solo ayudaban a magnificar la decadencia de mi creencia. Pero era yo el que buscaba una aguja en un pajar, era yo el iluso crédulo de manifestaciones tales como la pureza de acción, el desinterés absoluto, la bondad como tal. Así fue que conversando con mi amiga, lavando platos y penas existenciales, comprendí con su ayuda que tal pureza, en cualquier ámbito en que se busque, no existe. No hay ser ideal capaz de tal gloria, no existe ese héroe generoso o aquel rey benevolente, no puedo ni debo idealizar gentes con características tales a dioses, porque a ese Dios, que para mí no existe, tampoco puedo ni debo buscarlo en la piel de simples mortales. La pureza no existe, se lavó con los platos de esa mañana.
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